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Carlos Colón

Muertos por sevillanas

VEO muertos. Pero no soy el niño de Sexto sentido, sino un ciudadano sevillano que se topa con fotografías de cadáveres en los autobuses que anuncian la exposición que este periódico ha llamado con acierto "apología alemana del cadáver disecado". En su estupenda información sobre este evento morboso y comercial con coartada científica, la compañera Patricia Godino escribía: "Los cuerpos humanos pueden jugar al ajedrez, lanzar un lazo al estilo Indiana Jones e incluso bailar por sevillanas, sombrero cordobés incluido".

No vayan a creerse que es una exageración periodística. "Esta técnica dota de gran elasticidad al cuerpo inerte -escribía Patricia-, tanto como para simular un baile por sevillanas de dos muertos a los que se unieron de buen grado, a petición de los fotógrafos, el mismo Von Hagens y señora... Esto, que a ojos de algunos de los visitantes resultaba frívolo, era, para Maribel Montaño, delegada de Cultura del Ayuntamiento, un motivo de orgullo: "Nos alegra mucho poder enseñar en Sevilla una exposición de cuerpos en movimiento; y es más, cuerpos en movimientos típicos de nuestra tierra", declaró con tono melifluo la delegada pese a que los cadáveres se mantienen en posiciones estáticas". Una forma como otra cualquiera de celebrar a lo sevillano el bicentenario de Poe: poner a dos muertos bailando Pastilla de jabón a real. Lo más parecido a Chiquito de la Calzada recitando El cuervo: "An mai zoul fron out dat chadou dat lie floatin on de flor, chal bi lifte nebermor… Condemor". Y no es cuestión de pedir la dimisión de esta señora. Es política española, grupo andaluz, subgrupo hispalense-carmonense y variante socialista: no conoce esa palabra.

Muertos se han expuesto siempre a la curiosidad morbosa. Eso sí: con las debidas coartadas devocionales (reliquias: un amigo aborreció las alitas de pollo fritas desde que vio el brazo incorrupto de Santa Teresa que trajeron a Sevilla en los años 50) o ejemplarizantes (las cabezas puestas en picas en las puertas de las ciudades y los cuerpos colgados en los cruces de caminos). Estas prácticas, criticadas o desterradas en nombre del progreso, son resucitadas ahora con coartada científica. Parece una broma: en nombre de la ciencia se repite lo que hicieron la superstición y la barbarie. Quién iba a decirnos que, de todas las utopías pesimistas urdidas por la ciencia ficción, iban a acertar Langelaan, Neumann y Cronenberg… ¿Por qué? ¿Acaso no escribió el primero y dirigieron los otros La mosca, en la que un hombre se convertía en este insecto? Pues eso. ¿O acaso a las moscas no les gusta la mierda?

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