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la tribuna

Bárbara Rosillo

Mujeres de mala vida

DURANTE el Antiguo Régimen existían en España burdeles públicos sujetos a una serie de disposiciones por parte de las autoridades, eran llamados mancebías y los había en todas las ciudades principales y en las que tenían universidad, ya que eran muy visitados por los estudiantes, se trataba de un fenómeno eminentemente urbano.

Estos establecimientos eran vigilados constantemente por alguaciles y no se permitía entrar en ellos con armas como puñales o dagas. Tampoco estaba permitido que tuvieran taberna, lo que muchas veces no se cumplía y era frecuente que las hubiera alrededor. Contrariamente a lo que nos pueda parecer, en ocasiones los dueños de estos negocios podían ser gente importante y supuestamente honorable. Los encargados de regentar el establecimiento eran llamados padre o madre por las trabajadoras, una sarcástica ironía que plasma Fernando de Rojas en La Celestina. En la tragicomedia comprobamos que las dos rameras a cargo de la alcahueta la llaman madre; este tipo de anciana oportunista no era una fantasía del escritor sino un personaje verdadero de aquella sociedad.

En cuanto al ingreso en la citada "profesión", había que seguir una serie de normas. La joven que quisiera trabajar en un burdel debía presentarse al juez de su barrio con una serie de documentos que atestiguasen una serie de requisitos, como ser mayor de 12 años, haber perdido la virginidad y ser huérfana o de padres desconocidos, es decir, una joven sin familia, abandonada y sin medios económicos para subsistir. Evidentemente una gran mayoría de las mujeres se veían abocadas a la prostitución debido a la miseria, y aunque las que vendían su cuerpo solían provenir de las capas más bajas de la sociedad, lógicamente había rangos. La amancebada vivía con un hombre, las llamadas "mujeres de amor" eran independientes y frecuentadas por hombres con posibles; por último, las cortesanas tenían cierta posición. Bajando el escalafón se encontraba la ramera que vivía en la mancebía y la simple buscona o cantonera que ofrecía sus servicios en plena calle.

Durante el siglo XVI Sevilla fue la urbe más importante de nuestro país, un gran emporio comercial con una superpoblación que necesitaba una solución apremiante en este sentido; de esta manera fue la capital hispalense en 1553 la primera ciudad española donde se establecieron una serie de normas que debían cumplir las "casas de mancebía" para su correcto funcionamiento. Cada ocho días los médicos debían reconocer a las meretrices y si había alguna enferma era enviada al hospital. El establecimiento también era inspeccionado periódicamente por el Cabildo (ayuntamiento) para comprobar que todo estuviera en orden. No se podía trabajar en días festivos, vigilia ni cuaresma. Por otro lado, si la prostituta estaba libre de cargas y deseaba abandonar la profesión era libre de hacerlo. En 1570 estas ordenanzas pasaron al resto de Castilla.

El burdel más famoso de Sevilla se llamaba El Compás y estaba extramuros, en la zona del Baratillo (actualmente calle Castelar), su origen se remontaba al siglo XIV. Se sabe que en el siglo XVII estaba dividido en habitáculos y cada prostituta pagaba un real y medio al día de alquiler. Durante el reinado de Felipe IV el negocio se cerró, pero no definitivamente como querían las autoridades, sino que se trasladó fuera de la puerta de Triana. A lo largo del siglo XVII se intentó por todos los medios erradicar las "casas de mancebía" por medio de decretos y pragmáticas, pero nada se pudo hacer. Se abrieron burdeles ilegales por toda España, con lo que el problema se agudizó.

Hay constancia de un hecho que me ha parecido muy curioso. Durante la Semana Santa el Ayuntamiento de Madrid obligaba a salir a las prostitutas de la ciudad, un regidor era encargado de recogerlas pero, como no podían ganarse el sustento, el mismo Consistorio consideraba apropiado costearles la estancia hasta el Sábado Santo en el que podían regresar a sus quehaceres (no fue un hecho aislado de la capital sino que sucedió en toda Castilla). También estaba fijada como debía ser la indumentaria de las meretrices, consistía en una mantilla corta de color amarillo o azafranado sobre la saya y un medio manto negro. En el Antiguo Régimen las personas vestían conforme al estamento al que pertenecían. La ropa debía dar una información precisa acerca del individuo, la sociedad seguía unos códigos muy estrictos en materia de indumentaria, una dama noble no vestía igual que una burguesa, sólo con ver a una persona se sabía a que estamento pertenecía. Las mujeres de mala vida, más si cabe por su tipo de actividad, debían ser identificadas por el tipo de prendas que usaban.

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