BARTOLOMÉ Esteban Murillo pinta desde el pasado viernes en el patio de su casa y así cualquiera, ya podrá. Los cuadros de Murillo lucen ahí como en ninguna otra parte, pues han vuelto a favor de querencia para demostrarles a los no iniciados que el excelso pintor sevillano no fue un meapilas que sólo lucía en sus incomparables inmaculadas. Con su efigie presidiendo la preciosa plaza del Museo, ya en el Museo se agolpa el personal piafante por extasiarse ante El joven mendigo, muestra principal de que el artista también bordaba lo laico, que no sólo de inmaculadas y juanitos vive el artista. Como recientemente ocurrió con las exposiciones de Sorolla y de la colección de la Casa de Alba, las colas se suceden sin solución de continuidad. Y es que si de por sí resulta una delicia contemplar la obra de Murillo, que no es lo mismo verlas en cualquier sitio que en el patio de su casa, cómo va a ser lo mismo.
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