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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Nacional- liberalismo

LAS escaramuzas están en el directo de los medios. La continuidad de Rajoy al frente de su partido, pasadas las alecciones de marzo, va unida a la resolución de jugar la carta más difícil: sacar a la derecha de la cultura de familias de intereses heredada del franquismo y construir una organización sostenible.

Aguirre ha hecho un envite comprometido, otro más. Exhibiendo la caperuza liberal, se zafa del calificativo más apropiado para su práctica política y, de paso, le roba a la derecha una de las etiquetas que recuerda el espíritu laico de la revolución burguesa. Aznar dijo girar hacia el centro, para ganar un espacio que luego anegó con sus visiones apocalípticas desde los confines de las ideologías. Un paso hacia delante y dos hacia atrás... Hay más signos de cercanía con el imaginario liberal en Rajoy y Gallardón que en una Aguirre cuyas convicciones declaradas no pasan la prueba de mínimos. Baste recordar -¡son tantos los recuerdos!- la salida de Telemadrid de Germán Yanke, víctima de la irritación que a la presidenta autonómica le produjo el atrevimiento del periodista al preguntarle si su cargo no era un trampolín a La Moncloa. Telemadrid, dicho sea de paso, se ha convertido en el refugio de un periodismo gubernamental que está en la antípoda de la fe proclamada… Tampoco desprenden liberalismo los tañidos que acompañan a Aguirre a través de las ondas.

Qué lejos del pensamiento liberal la insinuación taimada que convierte en especie afín a la socialdemocracia a los rivales de la presidenta en el todavía hoy su partido. Claro que Aguirre está más cerca de un neoliberalismo rampante, privatizador de todo resquicio público, al que cabría calificar de nacional-liberalismo. Como en otras combinaciones de lo nacional -con socialismo, catolicismo o sindicalismo-, el envoltorio común suele ocultar la oscuridad de los ideales.

Del pulso Aguirre-Gallardón, que llegó a sugerir el triunfo de la primera y la sumisión de Rajoy a ésta, con un Gallardón acariciando la toalla, resurge sin alharacas el alcalde de Madrid y las apuestas de futuro parecen inclinarse por escenarios donde la fortaleza se sustente en liderazgos complementarios. Rajoy y Gallardón suman mucho, en un espacio político donde otras combinaciones restan.

Sorprenden los nuevos desencuentros de la derecha, empeñada en desandar las largas travesías de los desiertos del pasado. Los campeones de la unidad nacional acostumbran a ser los que provocan las divisiones de la nación bajo sucesivos filtros de intolerancia maniquea, donde igual purgan rojos irredentos que peligrosos gallardonianos. Cierta tropa, heredera de otras cruzadas, se indisciplina y olvida de la bandera cuando no está claro el botín.

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