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Joaquín Pérez-Azaústre

Nadal y la lluvia

ESTA recuperación de Rafael Nadal es, en realidad -rima mediante-, un acierto social. Ya sabemos todos que Nadal no tiene cuerpo, líneas de tenista, porque Rafa Nadal es más un culturista metido a trompicones en el tenis. Cuando Nadal sufría con otros contendientes más tenísticos, cuando veíamos cómo Federer y Djokovic podían hasta sacarle de su sitio, descubríamos entonces que Nadal jugaba el otro tenis, esa corporeidad de los esfuerzos convertidos en una credencial de la voluntad probable. Rafa Nadal ha sido, y es, esa voluntad probable. Ahora se cumple un año de su último Master Series de Roma, y poco recordamos de su esfuerzo para ser más un titán que un jugador de tenis. Su cuerpo se estiraba en demasía, era más un espartano bajo el mando epicúreo de Leónidas que un atleta hispano en su raqueta, era más un tizón azotando la tierra batida de París que la herida cerrada tras la entrada violenta de la tierra.

Ahí está Nadal, en esa densidad, en la exigencia mítica. Un amigo mío, joven abogado muy prometedor, al que le sienta bien el traje oscuro pardo en un estilo parco y setentero, algo así como Sean Connery en Desde Rusia con amor, escucha hace tres días la siguiente pregunta: "¿De quién podemos esperar ayuda? Porque los políticos parece que no van a hacer nada". Mi amigo, que es un fenómeno, luego de meter la tarjeta en el bolsillo del inefable preguntón, va y le responde: "De usted. De mí. De la sociedad civil. De cada uno de nosotros. Porque todos tenemos que cuidarnos, y nadie espera nada fuera de la puerta de sí mismo". Esto lo responde un amigo mío que es un abogado joven y también, aunque él no lo sepa, es un joven poeta. Hay que tener un resto de poesía adolescente para plantar cara a la crisis, para imaginar el arco de una biografía en la que no hace falta plantar cara a lo incomodidad probable. Nadal se sube entonces ese pantalón blanco que le asoma por encima de la rodilla, con la camisa azul de tardes largas. Nadal lo ha ganado todo, como mi amigo abogado también puede ganarlo, y eso significa que la suya es una travesía sin regreso.

Mi amigo, el abogado, es capaz de vibrar con el gol de Cristiano Ronaldo, y seguir a su vez esa suspensión de Nadal en la arena. Como dice mi amigo, el abogado, todos tenemos que ayudarnos para encontrar nuestra mejor visión. Como Rafa Nadal, como otro amigo mío, editor en Madrid. Como cualquier poeta, un cineasta, con el hacha o con la inteligencia, todos debemos encontrar la luz y la mejor solución para nosotros mismos: esa noche suave en que la ruta siempre lleva el aroma del mejor whisky viejo.

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