RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Nadal y la política

EL mundo se derrumba y Nadal vuelve a ganar Roland Garros. Cuando parece que todo únicamente puede ir a peor, aparece Nadal para mostrarnos el camino correcto. Ha ganado como tenía que ganar, como ya le tocaba, que era jugando mal o con lo justo, que para él es ser mejor que los demás. Este torneo ha tenido mucho de partida psicológica, de enigma en la tensión de los inicios, como si también Rafael Nadal nadara en esta misma deriva enciclopédica de volcanes siniestros que asuelan nuestra vida y la convierten en una perversión sobre sí misma. Porque, si nos falla Nadal, ¿ya qué nos queda? Lo de la pugna política puede ser objeto de análisis una vez por semana, pero viene siendo más o menos lo mismo, con primarias o no, porrazos o dedazos de por medio. Los partidos están en su propio marasmo: unos jugando a ganar y otros jugando a perder. Ganar es una espera defensiva, un poco a lo Nadal cuando ha esperado que Federer fallara, con ese poco genio que se vuelve pastoso en la visión. Perder, un poco a la manera de Federer andando el tercer set, intentando sacar lo mejor de sí mismo cuando ya no hay arena que rascar, es lo que le espera a nuestra izquierda.

Nuestra derecha, en cambio, ahora sólo tiene que aguardar el momento final, siguiendo en la deconstrucción del discurso gubernamental. La lucha del 15-M, el único elemento verdaderamente fresco del panorama patrio, ahora se desinfla y se dilata por su organización horizontal: quieren ser distintos y lo son, no quieren figuras representativas ni estructuras orgánicas, pero lo cierto es que al final todo se vertebra en vertical. Los partidos, como los comerciantes de la Puerta del Sol, tienen que estar ahora encantados con esta baja forma de unas acampadas que no han representado sólo a estos varios miles de indignados, sino también al resto del país, porque el anquilosamiento del modelo ahora es una espera clausurada. Si la opción es elegir entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, yo me quedo ahora con Nadal. Mientras siga ganando él Roland Garros, mientras siga agitando esa tierra batida hecha virutas bajo la suela blanca de sus Nike, las portadas del periódico del lunes seguirán siendo optimistas.

La vida no es tan maravillosa como ver ganar a Nadal Roland Garros por sexta vez, pero ajustar la vida a ese minuto no está del todo mal. Sobre todo en España, donde hasta el mismo himno y la bandera es motivo de gresca si aparece sobre las letras de la actualidad, ver ganar a Nadal con su perfil envuelto en la bandera a todos nos parece bien, por una vez. Nadal, hombre-consenso, gana jugando mal sumando inteligencia y corazón. Todo eso nos falta para ganar, nosotros, otra cordialidad más constructiva.

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