Desde mi córner

Luis Carlos Peris

Napoleón daría el OK a Jiménez

Vistos los resultados, José María del Nido podría imitar al emperador galo cuando debía elegir a sus generales

VISTO lo visto y siguiendo las pragmáticas enseñanzas que nos dejó Napoleón Bonaparte, José María del Nido debería pensarse muy seriamente la continuidad de Manolo Jiménez. Pensársela con detenimiento, pero no para lo que pueda creerse dado el juego del equipo, sino por lo que se desprende de los resultados y cómo puede escribirse tan derecho siendo tan torcidos los renglones. Hay que ir a la cara positiva del asunto y convenir en que si jugando como juega, el Sevilla está donde está, a soñar dónde puede instalarse el equipo no más sus futbolistas den la auténtica dimensión de su respectiva calidad individual.

Jiménez, cómo decían del africanista Francisco Franco, tiene baraka y Del Nido, como Napoleón elegía a sus generales, debe llegar a la conclusión de que Jiménez abriga carácter de vitalicio en el cargo. Que el equipo juega mal, da lo mismo, helo ahí en los tres frentes que embocó cuando las calores. Quizá pueda ponérsele un perejil a la situación liguera, con ese intruso Mallorca incomodando por encima, pero en el resto de lo que se está librando, a ver quién objeta algo respecto a la labor del entrenador. Es más, si yo fuese abogado defensor de Jiménez argumentaría que ni siquiera Palop sería tan determinante de estar entrenado por otro entrenador.

Ni siquiera la distancia a que le condenó Iturralde de manera excesivamente rigurosa sirvió de antídoto para su baraka y el Sevilla salió, aunque silueteado a balazos, indemne de la avalancha azulona. Desde los altos del Coliseum, los influjos del entrenador siguieron haciendo efecto. No en el juego, que continuó siendo cortito con agua, pero sí en el resultado y como, en fútbol y en todo lo competitivo, el fin justifica los medios, pues a ver quién puñetas cuestiona a Manolo Jiménez como entrenador, o hechicero, de un Sevilla que no necesita jugar bien para ganar. Lo dicho, que Del Nido se acuerde del consejo napoleónico y de lo bien que le fue... hasta Waterloo.

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