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José Aguilar

Naranja valenciana... de Andalucía

LOS datos los proporcionaba hace una semana en este periódico Tomás Monago: Andalucía es la segunda región productora de cítricos (30% de la producción nacional), pero solamente exporta un 5,7% del total del país. O sea, que la comercialización de la fruta parece que interesa poco aquí, y la consecuencia es que no le sacamos todo su potencial. Andamos cortitos de valor añadido en cítricos.

Esto no es nuevo. Conocemos de largo que empresas italianas compran a granel ese aceite de oliva en el que somos gran potencia mundial, lo envasan y lo meten en una botella de diseño muy costeado que venden mucho más cara con la etiqueta Made in Italy. Los superbeneficios son para ellas. Pues con las naranjas, igual. Cada año vienen a Andalucía intermediarios valencianos que se llevan las ricas naranjas andaluzas en bruto, las procesan y las exportan a Europa con el marchamo exitoso de su presunto origen valenciano.

Se trata de un marchamo de calidad, pero el caso es que las naranjas son realmente andaluzas y Andalucía no aprovecha del todo esa riqueza que genera. Claro, los valencianos llevan generaciones haciéndolo y su tradición exportadora se la han ganado a pulso. Pero hay tradiciones que se deben romper. No la de la naranja valenciana, tan apreciada, sino la de la naranja andaluza, que tan apreciable sería si fuésemos capaces de exportarla desde aquí. Llevarla del árbol al consumidor nacional y extranjero sin pasar por los intermediarios valencianos. Logrando que toda la plusvalía quedara en casa.

¿Por qué no lo hacemos? Creo que por un viejo problema de mentalidad: todavía hay muchos empresarios, pero pocos emprendedores. Gentes que se conforman con que alguien, quien sea, le pague por la naranja o el limón que cultiva en su campo cada año, y no se arriesgan a compartir con sus iguales la aventura de agruparse para llevar por sí mismos el género a los mercados y repartirse el mayor beneficio consiguiente. Prefieren la rentabilidad inmediata a una rentabilidad mayor, pero que exige esfuerzo colectivo, iniciativa y riesgo. Hace dos años se hicieron los preparativos para integrar a diez cooperativas de productores de cítricos en una cooperativa de segundo grado con este objetivo. Con informe oficial y todo. Quedó en nada.

De este modo, somos punteros en los cultivos extratempranos, inundamos los hogares europeos con tomates y fresas, pepinos y calabacines, sandías y lechugas, pero parecemos condenados a ser el gran olivar de Italia y el gran naranjal de la Comunidad Valenciana. Y en ninguno de los dos casos podemos echarles la culpa a las autoridades autonómicas ni nacionales. Ni siquiera a las europeas. En el espejo de nuestra desidia está la única respuesta.

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