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LA recogida de naranjas en el paisaje urbano debería ser una tradición bien organizada. Por querida, experimentada y fecunda. Un rito más de una Sevilla ritual que presume de lo que carece: conocer su historia y mantener vivo su patrimonio. La presencia de tantos naranjos en nuestras calles y plazas es un factor decisivo en el encanto de la ciudad. La entroncan con el territorio que fue de huertas y vegas. Sombra, aroma y fruto para conciliar la base y la altura de una vida que armonice el vértigo tecnológico más propio de las metrópolis y el sosiego de pueblo grande donde no sentirse ni demasiado aislado ni demasiado observado. El grave percance sufrido por una mujer de 47 años en el trianero y recoleto Barrio León, al caerse de la escalera con la que recogía naranjas en su primer día dedicada a esa tarea, elegida por una empresa que manda al tajo a gentes muy necesitadas sin hacerle ni contrato ni seguro, muestra en toda su putrefacción la amarga cáscara de la imbecilidad y torpeza que se han enseñoreado de una tierra cuya organización política y social gestiona tan mal la ciudad más doméstica.

Vendimiar los naranjos a su debido tiempo, avizorando su evolución a tenor del clima, tendría que ser un ejemplo de sostenibilidad desde muchos años antes de que se utilizara esa palabreja. Liberar a los árboles del fruto para convertirlo en toneladas de biomasa y biocombustible, si no vale para mermelada. Una actividad temporal de la que enseñar su pericia, ahora llamada productividad, para disponer de cuadrillas al cabo de la calle. Algo de lo que el vecindario sea testigo con el conocimiento acumulativo y compartido de verlo hacer año tras año, y percatarse de la impericia tan rápido como el aficionado a la jardinería ve si se poda bien o mal un rosal.

La realidad es bien otra. En los últimos años ha sido frecuente, y triste, contemplar la masiva caída de naranjas por falta de recogida. Puro zumo de fracaso. En esta temporada, el Ayuntamiento elige a cinco empresas para que se ocupen de la recogida. El método de selección es inútil, porque un Gobierno local que presume de poner más celo en garantizar los derechos de los trabajadores, tiene entre esas cinco empresas al menos a una que no forma, ni siquiera un rato en una finca, a las personas que acuden a la convocatoria con la ansiedad que tiene hoy toda persona harta de estar en el paro, y dispuesta a subirse a los árboles aunque no sepan cómo manejarse. Tal como las entrevistan, las mandaron a Triana sin cobertura legal. Economía sumergida pagada por el municipio. Total, si sólo se trata de coger naranjas...

El tremendo golpe que se dio Carmen Machuca buscándose el mínimo sustento que no le daban por otra vía sus 47 años, y las graves fracturas que sufrió un inmigrante sudamericano de 23 años cuando trepaba por los naranjos de una de las principales calles del otrora arrabal trianero, son otra dolorosa llamada de atención sobre lo mal que hacemos incluso las cosas que se sobreentienden como nuestra especialidad.

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