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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

Alos que escribimos por afición nos asiste el consuelo de saber que, al menos, nos leen los familiares y los amigos. No es fácil esto de lanzar ideas y opiniones al mundo como quien se tira en paracaídas, sin saber quién las recibe y cómo serán interpretadas. La mayoría de los escritores, sobre todo si viven de ello, encajan con dificultad las críticas negativas y raramente las aceptan al tiempo que cargan con la pluma como si fuesen el mismísimo Don Quijote arremetiendo contra los molinos de viento.

A raíz de publicar la semana pasada el artículo que dediqué a los denominados nuevos ricos, mi amigo umbreteño José Manuel Trigo, me comenta la proliferación de nuevos pobres, fruto de la mediocridad imperante. Lleva razón. La existencia de esta nueva clase, por no utilizar lo de casta en plena precampaña electoral, es una lacra mucho peor. Al fin y al cabo, los nuevos ricos son pobres gentes que se perjudican a sí mismos y, todo lo más, afean la estética de pueblos y ciudades.

Los nuevos pobres no son los que no pueden llegar a fin de mes, ésos son pobres de solemnidad, sino los necios y analfabetos funcionales que proliferan como los mosquitos en las zonas pantanosas. Estos pobres, algunos de ellos adinerados, son los que hacen posible que la telebasura se mantenga gracias a sus elevadas cotas de audiencia, los que consiguen que la ordinariez alcance niveles insospechados y que la cursilería esté tan extendida cuando se acompaña de un cierto nivel adquisitivo.

Pobres de espíritu que son el resultado de unos planes educativos que anulan la capacidad crítica para favorecer el adoctrinamiento. Pobres de espíritu que saben leer, pero no pasan de lecturas insulsas y primarias. Pobres de espíritu que se tragan con complacencia publicaciones semanales y programas televisivos en los que proliferan personajillos que insultan a la condición humana. Estos nuevos pobres son los que más duelen y los más difíciles de rescatar, porque la cuestión económica es cosa de números y se puede maquillar, pero de la escasez de valores y de la insensibilidad no se sale tan fácilmente. Mentes sumisas carentes de sentido crítico, consumidores compulsivos de nuevas tecnologías y estómagos agradecidos. Después de tantos recursos invertidos en educación y proyectos culturales basta con ver las cifras de audiencia televisivas o los libros más vendidos para exclamar: ¡Señor, Señor!

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