HAY personas que, como dice la samba de una sola nota, hablan mucho y no dicen nada. Otros, en cambio, dicen dos palabras y se les entiende todo. Y es que, como dirían los taurinos, hablan por derecho, sin circunloquios y sin falsedad. Los primeros aburren al más pintado, o como se dice ahora a las ovejas, y los segundos suelen crearse enemigos por decir en alto lo que todos pensamos, pero no todos somos capaces de decir. Leo una entrevista a don Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, que no tiene desperdicio. En primer lugar, pasados los setenta, no merece la pena seguir fingiendo en este circo. A don Enrique nunca le ha importando decir lo que piensa y a estas alturas menos. La dictadura de lo políticamente correcto es, sin duda, el peor cáncer que afecta a nuestra sociedad. El desafecto por el maestro, la dependencia de la cultura de políticos no muy cultos o el no aprovechamiento de profesores que a cierta edad se encuentran en su mejor momento docente, son algunos de los temas comentados por el profesor Valdivieso.

Pero lo que más me ha llamado la atención es la constatación por su parte de que aquí las grandes fortunas no tienen el más mínimo interés en las obras de arte. Y no le falta razón. Con las debidas y escasas excepciones, los herederos de obras de arte solo las valoran en cuanto les sirvan para pagar deudas o adquirir otros bienes de consumo. Y de los nuevos ricos ni hablemos. Las fortunas fraguadas con la burbuja inmobiliaria o los pelotazos al hispánico modo solo han servido para crear una nueva clase con dinero, pero con el nivel cultural del populacho. Ricos catetos que no van más allá de satisfacer sus instintos primarios y que son incapaces de elucubrar el más básico análisis.

Un nuevo rico andaluz, querido Enrique, no piensa en comprar un pacheco o un murillo, ni siquiera un grabado o un carboncillo de un autor contemporáneo, sino en adquirir un coche último modelo y una finca en la dehesa para llenarla de caballitos y toros bravos. La imagen del señorito andaluz no desaparece porque, lejos de ser denostado, es la meta de muchos mediospelos venidos a más. Cuando estos especímenes pasean su cuerpo en un llamativo automóvil, piensan que todo el mundo les admira y es testigo de su gran éxito económico. Pero su mente, como dijo Unamuno, permanece al nivel de un carro tirado por vacas.

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