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EL cisma ha sobrevolado a la Iglesia de Inglaterra a cuenta del acuerdo de su sínodo de autorizar el acceso de las mujeres al obispado. Ha sobrevolado, pero no se ha materializado. La asamblea anglicana aceptó el cambio y, curiosamente, lo hizo en todos sus estamentos, ya que las obispas recibieron el respaldo de clérigos y laicos, pero también de los propios obispos, y por amplias mayorías en todos los casos.

Como suele ocurrir en todas las iglesias, el acuerdo sólo fue posible con matizaciones para hacerlo digerible a los sectores más conservadores (conservadores por partida doble: por su renuencia a los cambios y por su oposición a la igualdad de hombres y mujeres). De este modo, el sínodo anglicano decidió adaptar las estructuras de su Iglesia para aquellos fieles que, por convicción teológica, no estén en condiciones de ser pastoreados por sacerdotisas y obispas. No obstante, quedó rechazada la propuesta del arzobispo de Nueva York de crear una extraña figura la de los "obispos flotantes", destinada a atender las necesidades espirituales de los más remisos. De momento los obispos anglicanos no flotarán. Cada uno regirá su diócesis.

Constato que el asunto no me afecta, porque no ambiciono ser obispo, ni de la Iglesia de Inglaterra ni de ninguna otra, y mucho menos obispa. Pero desde fuera, como observador, opino que es un avance para la emancipación de la mujer, que no tiene por qué excluir ningún ámbito de la vida social, y para la implantación del anglicanismo, que se verá favorecida sin duda por la eliminación de una anomalía que afecta a más de la mitad de su feligresía, potencial o efectiva.

Es una pena que la Iglesia católica no haya continuado por la senda de apertura de los tiempos de Juan XXIII y Pablo VI, que le habría llevado con toda seguridad a replantearse cuestiones como el papel de la mujer en su vida interna, el celibato de los sacerdotes o su estructura de monarquía absoluta. A lo mejor estoy equivocado y alguien me corrige, pero creo que estas instituciones y este funcionamiento son más producto de la historia procelosa de la Iglesia que de sus dogmas o del mensaje de su fundador, es decir, que son alterables sin menoscabo de la fe que proclama esta confesión que, como todas, es la única verdadera para sus creyentes.

La incorporación plena de la mujer a las tareas -no sólo auxiliares ni secundarias- de la Iglesia, de cualquier Iglesia, irá en beneficio de la colectividad, a la que ahora se priva de su sensibilidad y madurez. Si pueden ser pilotos de cazabombarderos, mineras o ingenieras de la NASA, ¿por qué no obispas?

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