Cuchillo sin filo

francisco Correal

Obradoiro

ARCO románico bajo puerta gótica, así entro en la iglesia". Así entra en la catedral de Santiago de Compostela el viajero y escritor holandés Cees Noteboom y así lo cuenta en su libro El desvío a Santiago. Este camino holandés que editó Siruela es un atlas maravilloso de prodigios en el que este caminante hace escalas en lugares tan alejados de Fonseca como Lorca, Úbeda, Aranjuez o el museo del Prado.

En plena adolescencia planeé una escapada, mi personal camino de Santiago. Llegué incluso a precisar tiempos y paradas, itinerarios y pernoctas. La culpa de ese sueño la tuvo un magnífico profesor de Historia del Arte que tuve en tercero de Bachiller. Desde entonces esas dos palabras del libro de Noteboom, gótico y románico, me trasladan a un lugar etéreo de ensoñación, una geometría del alma y la proporción. Ese viaje quedó en el baúl de los proyectos, aunque después lo convalidé cuando en mi luna de miel llegamos a Santiago y contamos con la hospitalidad de posadero de mi amigo Caetano, subdirector de El Correo Gallego, el periódico local. Allí en Santiago, en una mesa de El Asesino, un restaurante que regentaban tres viejas y donde había tenido cubierto reservado Valle-Inclán, el Loquis, un amigo de Tano, nos dibujó un croquis con tres recorridos por Galicia, desde Muxía, Camariñas y Corrubedo, en la costa de la Muerte, hasta Cedeira, Cariño y Ortigueira.

Martiño Noriega tiene nombre de personaje de Los pazos de Ulloa. El alcalde de Santiago pasó del arco románico y de la puerta gótica y prefirió hacer el camino del cangrejo. Si este munícipe en esa macedonia intelectual que les entró a los de Podemos quiere evitar todo contacto con la presencia de lo sacro tendrá que instalar su despacho fuera de Santiago. Le preguntaré a Caetano dónde acaba el término municipal de la capital de Galicia. Se puede ir a Cacheiras, donde por cierto hacen una magnífica tortilla de cachelos (patatas). La ignorancia es muy atrevida, dijo Machado, a quien menciona Noteboom en su libro. El alcalde ofende los sentimientos de los cientos de miles de peregrinos que cada año hacen el camino hasta la ciudad tocaya de Santiago de Cuba que celebra sus quinientos años de historia y no se llama así por Carrillo ni por Bernabéu.

La víspera le debió sentar mal el pulpo. O se pasaron en el picante de los tigres rabiosos, unos mejillones que hay que probar si uno va a Santiago.

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