Lejos de apaciguarse con el paso de las horas, la crisis entre Occidente y Rusia a cuenta de los sucesos de Osetia del Sur se complica cada día más. Moscú quiere variar el orden mundial actual, rediseñarlo y, sobre todo, impedir la extensión de la Alianza Atlántica hasta sus fronteras del suroeste (Ucrania y Georgia). La decisión del presidente Dimitri Medvedev de reconocer la independencia de Osetia del Sur y Abjasia tan sólo 24 horas después de la exigencia unánime de la Duma rusa, añade varios grados más a una temperatura que ya estaba al rojo vivo. La reacción occidental ha sido unánime al calificar la decisión de "inaceptable". George Bush manifestaba su "profunda preocupación" por el desafío ruso y despachaba a su vicepresidente, Dick Cheney, a una gira por la zona en la que visitará Georgia, Azerbaiyán y Ucrania, un país en el que los analistas temen que la península de Crimea, la zona cedida por Kruschev a Ucrania en 1954 pero donde hay una importante presencia de rusos, pase a ser la próxima manzana de la discordia. Al mismo tiempo, el Ejército ruso calificaba de "preocupante" la presencia de buques de la OTAN, entre ellos uno español, en el Mar Negro. Con las relaciones congeladas y las declaraciones subiendo de tono es urgente que la Unión Europea y también la OTAN renegocien con Rusia un nuevo tipo de relación donde queden claras muchas cuestiones pero, sobre todo, la inviolabilidad de la integridad territorial de los países independientes. Aunque, como casi siempre, la UE está profundamente dividida en el tono a emplear frente a este renacido oso ruso, ya es hora de que dé ejemplo y se ponga al frente en la búsqueda de soluciones a una situación que empeora con el paso de las horas. El último presidente soviético, Mijail Gorbachov, alude a la posibilidad de "un cataclismo". La UE y Javier Solana tienen una importante labor por delante. Quizá la más difícil y compleja de su larga vida como representante europeo para la política exterior.