Con Manuel Olmedo desaparece un siglo de memoria viva del periodismo sevillano. Periodista hijo de periodista, el apellido Olmedo estuvo presente en las páginas de ABC desde su fundación en 1929 cuando su padre, Antonio Olmedo, ingresó en la primera redacción del diario sevillano. Si se consulta la hemeroteca se encuentra por primera vez la firma Olmedo en una noticia publicada el 13 de octubre de 1929: el fichaje de Guillermo Eizaguirre como portero del Sevilla. Bromas de la profesión porque Antonio Olmedo fue tan poco disimuladamente bético como años más tarde, y en esas mismas páginas, fue sevillista José Antonio Blázquez. Fue redactor de información general y deportes, cronista de guerra, crítico taurino que hizo popular su firma Don Fabricio, subdirector y finalmente director desde 1952 hasta 1957, fecha de su súbito fallecimiento una mañana de Reyes. Digno heredero de su padre, Manuel hizo toda su carrera en ABC como redactor, redactor jefe y crítico de arte y taurino que firmaba Don Fabricio II. Fue Rey Mago en 1963. ¿Qué sentiría quien perdió a su padre un 6 de enero?
Para la biografía del decano de los periodistas sevillanos me remito a la estupenda semblanza que escribió ayer el compañero Paquiño Correal. Yo quiero recordar al que tantas veces elogió mi padre, su compañero de redacción desde 1963 hasta su jubilación, y al que conocí en los pisos de la prensa de invierno en Nervión y de verano en Matalascañas. El Olmedo, en el sentido machadiano de la palabra, bueno además de culto, ingenioso y seriamente divertido. En las madrugadas de la redacción de López Lozano, Ferrand, Tasset, Blázquez, Otero o Burgos jovencito lo mismo comentaba su última lectura o una exposición que cantaba romanzas de zarzuela y recitaba La venganza de don Mendo o El Tenorio en broma. Su elegante, inteligente y socarrón sentido del humor, su bondad probada de la que doy fe y su exquisita educación de caballero de fina estampa se transparentaban en la forma en que me saludaba cuando nos cruzábamos en la escalera o el jardín de Matalascañas: con una sonrisa en los ojos se inclinaba juntando las manos con un burlón gesto hindú. Si se cambia el sombrero por una gorra parecían escritas para él las palabras que tan maravillosamente cantaba María Dolores Pradera: "Caballero de fina estampa, un lucero que sonriera bajo un sombrero".
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