YA no es preciso ir a los teatros de ópera para asistir a la ópera. También se puede participar en la liturgia en las salas de cine. El invento ha cuajado, y la transmisión de L´Orfeo de Monteverdi en diversas salas de la geografía, en directo desde el Teatro Real de Madrid, fue un éxito. Muchos pensarán que sólo es un sustituto. Y que no hay experiencia que se pueda compararse a vivir la música en vivo. Y no seré yo quien les contradiga. Pero si se me permite, también tengo mis razones para defender el sistema de exhibición que ahora se ensaya.

Primero. La comodidad. Ver la ópera desde un patio de butacas, desde una buena localidad, puede ser gratificante. Pero seguirla desde un lugar sin visibilidad, en un anfiteatro, en una butaca esquinada, puede ser un suplicio. Segundo. El precio. Por lo que cuesta asistir a una ópera en vivo en una excelente localidad se pueden disfrutar veinte sesiones en el cine. Tercero. La magia de la sala oscura. Es cierto que La 2 tiene un convenio con el Teatro Real y con el Teatro del Liceo y que regularmente podemos asistir desde casa a espectáculos operísticos. Algunos pensarán que por qué pagar en las salas de cine por algo a lo que tenemos acceso desde casa, cuando a fin de cuentas se trata de seguirla a través de una pantalla. Pero aquí cabría establecer la equivalencia entre disfrutar del cine en el cine o de conformarse del cine en la pequeña pantalla. Una ópera en pantalla gigante, con un sonido óptimo y con una imagen digital de primera calidad no es comparable por el común de los receptores de televisión.

Lo cierto es que el público respondió a la oferta, y la primera opera de la historia, L´Orfeo, apoteosis del barroco, caló en los espectadores. Más maduros que jóvenes, los habituales a este género. No obstante, auguro muy buena salud a la iniciativa.

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