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La Noria

Carlos Mármol

Operación salvad al soldado Espadas

El discreto arranque de la campaña electoral del nuevo candidato del PSOE, Juan Espadas, provoca que los socialistas retomen su vieja idea de dotarle de un trampolín público (el Senado) para fortalecer su imagen

EN política una de las primeras cosas que se aprenden, si tienes buenos maestros, es que el requisito clave para ganar cualquier batalla pasa por lograr que los demás crean que realmente puedes hacerlo. Ítem más: que estén convencidos de que tu victoria será algo inevitable, natural, seguro. Esta (aparente) certeza les animará a situarse rápidamente a tu lado frente al adversario. La virtud esencial de cualquier estratega consiste pues en saber administrar el don de la verosimilitud. Generalmente con propaganda inteligente. Contenida. Nos lo enseña Pirandello en el título de una de sus piezas teatrales. Así es si así os parece.

A tenor de las primeras impresiones que arroja el arranque de la campaña electoral por la Alcaldía, precipitada tras el comienzo del nuevo curso político, parece que quien disfruta de cierta ventaja en este juego de las apariencias es el candidato del PP, Juan Ignacio Zoido, que en contraste con Juan Espadas, el cabeza de lista del PSOE de Sevilla, lleva ya casi un lustro en dicha pugna y tiene recorrido un largo trecho que permite a algunos pensar que sin duda alguna llegará la cima, suponiendo que ésta sea la Alcaldía hispalense.

Con independencia de la solidez de tal argumento, que no se despejará hasta el 29-M, cuando los ciudadanos digan realmente cuál es su parecer, resulta evidente que la estrategia electoral de los populares está cumpliendo con todos los factores que los expertos en fabricación de candidatos aconsejan a los equipos de campaña. Zoido tiene puntos débiles (fundamentalmente su programa) pero sabe sacar rentabilidad a sus fortalezas, que son la presencia pública continua, su hábil manejo del populismo y su decisión de intentar captar todo el descontento (que no es poco) generado por Monteseirín.

Tal posición no le garantiza la victoria. Mucho menos la mayoría social que necesitaría para gobernar Sevilla. Pero sí contribuye a que muchos electores, incluso aquellos que están muy alejados de sus posiciones ideológicas, empiecen a creer de forma tácita (y ésta sería su gran victoria) la idea de que lo más probable es que termine siendo el próximo alcalde. Tal aceptación implica al mismo tiempo empezar a pensar que es inútil ir a las urnas a votar lo contrario. Sobre todo con la crisis, la incertidumbre y el desempleo existente.

Los socialistas son conscientes de esta situación. Lo que no se entiende es como hasta ahora no son capaces de ponerle remedio. Casi todo lo relacionado con el lanzamiento de Juan Espadas como nuevo cabeza de lista peca de errores de bulto. Es cierto que su falta de conocimiento popular puede funcionar como un potencial activo si se hacen las cosas bien. Su imagen no está contaminada. Aunque sí no se actúa a tiempo puede darse la paradoja de que el atributo esencial del cabeza de lista socialista no sea ya el misterio y, por tanto, la novedad, sino el hecho de aparecer como un candidato del aparato provincial, sin autonomía, sin apoyo suficiente y sin respaldo para dirigir la ciudad. Espadas, dicen casi todos los socialistas de peso en el partido en Sevilla, será seguro un excelente alcalde. Pero para llegar a serlo antes tiene que ser un candidato suficientemente visible para que los socialistas no pierdan posiciones.

El principal problema que tiene el ex consejero de Vivienda, que lleva meses luchando con circunstancias que él no ha provocado, es la falta de un atrio público desde el que poder reivindicar atención. Una debilidad que, combinada con la permanencia de Monteseirín en la Alcaldía hasta el último día, puede llegar a ser nefasta.

escaño en el senado

De ahí que la dirección socialista en Sevilla intentara esta semana mover ficha y forzar su nombramiento como senador por la cuota autonómica. La operación, que parece haberse frustrado, consistía en sustituir al ex consejero Luis García Garrido por Espadas en la Cámara Baja. De esta forma el alcaldable socialista, al que Griñán sacó del Ejecutivo autonómico antes de tiempo, a tenor de cómo se han desarrollado los acontecimientos posteriores, disfrutaría de un plus de presencia institucional y de una tarjeta de presentación más sólida ante los ciudadanos, que tienden a prestar más atención a alguien que se supone que tiene cierto poder (el de un senador es relativo, pero al menos puede jugar la baza de la influencia) que a un simple aspirante.

Arenas ha tenido esto claro desde el primer día: Zoido, además de portavoz municipal, lleva varios años como diputado autonómico. Usa ambas tribunas con idéntico objetivo: reforzar su imagen política como defensor de todas las causas posibles desde foros institucionales.

Espadas carece aún de tales atributos. La idea de designarlo delegado del Gobierno en Andalucía (intención inicial de la dirección provincial) se frustró cuando los enemigos internos filtraron la noticia. Su hipotética designación como senador corre el riesgo de llevar idéntico destino. Conocedor de la jugada, el PSOE de Cádiz la ha vetado. Hay que recordar que los gaditanos fueron uno de los derrotados en el pasado congreso regional. Han hecho una lectura territorial: García Garrido es de Cádiz y Sevilla ya tiene un senador electo, que es el secretario provincial del PSOE, José Antonio Viera, que, sostienen algunos notables del partido, intentó hasta el último minuto encabezar la candidatura a la Alcaldía.

Ocurra al final lo que ocurra, lo que parece cierto es que los socialistas siguen dormidos, sin demasiada iniciativa, rodeados de una tempestad creciente y más preocupados de los equilibrios en el interior de la organización que de disponer los mimbres necesarios para el éxito de su cabeza de lista. Algo inaudito: el escenario electoral quizás no les sea tan hostil como parecía en principio debido a la posibilidad de que Zoido, con independencia de sus golpes de imagen, cuente con un hipotético techo de cristal en ciertos barrios de Sevilla en los que la identificación vital con el PSOE trasciende a las personas y tiene mucho más que ver con sentimientos similares a los que generan ciertos equipos de fútbol. Más sentimentales que intelectuales.

carrillo: el antecedente

La situación, sin embargo, no es tan nueva. La agria experiencia de Emilio Carrillo, que fue la primera opción de Viera para disputar el poder a Monteseirín desde dentro del Ayuntamiento, demuestra de forma objetiva que al actual aparato provincial no le ha importado en otras ocasiones dejar a la gente sola y sin suficiente cobijo en mitad de la tempestad. Algo que no contribuye a dar confianza ni entre la militancia ni entre los posibles electores. La operación para salvar al soldado Espadas, solo en mitad del campo enemigo, se antoja por tanto urgentísima. Vital.

La dirección provincial siempre ha justificado el episodio Carrillo por las circunstancias. Entonces existía el factor Chaves. El ex presidente andaluz tenía pánico a los cambios y no era partidario de versos sueltos como el ex vicealcalde. Viera no consiguió nunca salvar sus reticencias, lo que explicaría escenas como cuando acudió al Consistorio a firmar la última pax armada con Monteseirín (algo inaudito tratándose de un secretario provincial) o da sentido a la despedida mutua, con forma de elogios, que esta semana han protagonizado en un hotel de Sevilla el ex dirigente andaluz y el regidor. Encuentro en el que no estuvo presente el núcleo duro del nuevo poder autonómico.

La actual composición de fuerzas es distinta. El PSOE de Sevilla juega un papel esencial en la nueva etapa liderada por José Antonio Griñán. Se vio ya en el congreso regional y en la posterior liquidación, con un teletipo como misiva del adiós, de Monteseirín, que, como siempre le ha ocurrido, no ha sido (en cuestiones orgánicas) muy arriesgado. Le pasó una célebre tarde en Riofrío, cuando Chaves le pidió que encabezara la operación para descabezar a José Caballos del PSOE sevillano. No se atrevió y Viera fue quien tuvo que asumir la misión. Volvió a ocurrirle hace unos meses, cuando su entorno (reducido ya al regente de cámara y algún secretario de lealtad tan teatral como aparatosa) sopesó la posibilidad de forzar unas elecciones primarias. Tras lo acontecido en el PSOE de Madrid y en otras partes de España, debe estar todavía maldiciendo su eterna falta de arrojo. Aunque ya se sabe. Lo que natura no da, Salamanca no presta.

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