LA llamada playa virgen del Coto de Doñana, 31 kilómetros de maravilloso litoral, es una orilla de 31 kilómetros de basura. Las mareas vierten en ella plásticos y porquerías diseminadas en las arenas de playas onubenses, gaditanas y portuguesas por todo tipo de personas, desconocedoras de las rutas que realizan los detritus por efecto del arrastre marino y sus corrientes. Muchos cetáceos mueren por ingerir las bolsas de plástico, confundiéndolas con medusas. En nuestro recorrido por el interior de Doñana, el vehículo de las visitas guiadas se detiene junto a una tortuga muerta que las olas han depositado en la orilla. Asfixiada por tragar plástico. Sólo vemos una cuadrilla de limpieza en los citados 31 kilómetros. Según el guía oficial de la excursión, almonteño, se contratan sólo a tres cuadrillas, y tardan diez días en limpiar la llamada playa virgen. Mientras lo comenta, vemos gaviotas, correlimos, ostreros y chorlitejos pululando por una postal sucia.

Doñana es el espacio natural más ordeñado. Da mucho más de lo que recibe. Incluso como marca explotada para conseguir lo contrario de lo que se presume. Cuando el consejero de Medio Ambiente quiere sumar puntos en Huelva pidiendo la extensión del título Reserva de la Biosfera para todo el entorno de Doñana, y cuando el alcalde de Almonte vuelve a pedir una carretera hasta Sanlúcar, están pensando en el futuro de sus votos y no en la conservación de las marismas. Y desafían, desde la demagogia de palabras hermosas vaciadas de contenido, al sentido común, a la ciencia y a la verdad de las barrabasadas que se contemplan en el entorno de Doñana.

Antes de que a alguien se le ocurra convertir las dunas móviles en un parque temático, les ruego que expliquen por qué no acaban con los pozos ilegales alrededor de Doñana, y qué beneficios va a deparar para águilas y milanos la mejora de las carreteras hacia Matalascañas, ese gran ejemplo de urbanización respetuosa del medio ambiente. Ja, ja.