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Alejandro V. García

En Oujda

UNA pequeña bandera española, entre veinte marroquíes más grandes, recibieron ayer al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el aeropuerto civil de Oujda, al norte de Marruecos. Si concedemos un valor simbólico a la dimensión y número de las banderas, y hacemos depender de su equidad cuantitativa el equilibrio diplomático de la reunión, hemos de convenir que el primer viaje oficial de Zapatero a Marruecos después de su reelección tuvo un comienzo desigual. Y lleno, como se verá, de perplejidades, coincidencias y alusiones.

Uno de los objetivos primordiales del encuentro era abordar el grave fenómeno de la inmigración. Pero la entrevista no se celebró en un lugar común o, mejor dicho, en un territorio simbólicamente neutro. Oujda es una ciudad situada a quince kilómetros de Argel y a sesenta de la costa. Su frontera es la puerta de servicio por donde Marruecos se deshace de los inmigrantes subsaharianos, como bien conocen las decenas de organizaciones no gubernamentales que han denunciado graves infracciones de los derechos de las personas. Tampoco el encuentro ocurrió un día común. Ayer se cumplieron seis años justos de la toma del islote de Perejil por un grupo de gendarmes marroquíes que, a continuación, declararon la soberanía sobre el promontorio. La reacción del Gobierno de José María Aznar, que envió un comando de operaciones para asaltar el islote, produjo un grave conflicto cuyos ecos aún resuenan.

La delegación española llegó a Marruecos a hablar de inmigración en desigualdad de condiciones, bajo la conmoción de las dos pateras que han dejado en el Mar de Alborán un rastro de veintinueve cadáveres, cinco de ellos de bebés. Ambas embarcaciones procedían precisamente del norte de Marruecos, donde las mafias operan impunemente con la vida de los seres humanos. Nador y Alhucemas suelen ser los lugares de donde parten los subsaharianos en embarcaciones sin patrón y con escaso carburante, en busca de una siniestra tierra de promisión. ¿Cómo ha aceptado España una visita tan llena de augurios y mensajes cifrados?

No hay que ser un maniático de los simbolismos ni poseer una especial sensibilidad supersticiosa para sospechar que el encuentro estaba viciado y que la posibilidad de lograr un acuerdo para frenar la oleada de inmigrantes era remota.

Cuesta trabajo, mucho, descubrir que cada uno de los rostros demudados por el terror o la tragedia de los inmigrantes rescatados en los puertos de Motril y Almería es también un instrumento al servicio de la razón del Estado marroquí.

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