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La tribuna

Ildefonso Marqués Perales

PISA, analfabetismo y campaña

POCOS informes han alcanzado tanta relevancia política como el Programme for International Student Assesment cuyas iniciales toman la misma forma de la bella ciudad italiana (PISA). No hay tertuliano ni político de la oposición que no haya criticado al gobierno nacional y autonómico por los malos resultados de su política educativa. El grito en el cielo lo puso la eurodiputada Ana Mato, que en una entrevista a Punto Radio afirmó que "los niños andaluces son prácticamente analfabetos". Ante la oleada de críticas desatada, la candidata al Congreso por Madrid se disculpó por emplear una expresión poco afortunada, pero no se retractó en su diagnóstico, ya que Andalucía "presenta el nivel más bajo en los informes internacionales".

Estos informes internacionales son el informe PISA. Huelga decir que la información contemplada en PISA es de los alumnos de quince años y que, en consecuencia, dar positivo en su evaluación no conlleva gozar de un sistema escolar eficiente en toda su extensión. Puesto que hay educación y formación más allá de los quince años, hay excelencia y fracaso más allá de él. El sistema universitario no es consecuencia exclusiva de la educación obligatoria.

Sería fácil en extremo demostrar que los niños andaluces no son analfabetos; de hecho, entre los jóvenes andaluces el analfabetismo casi ha desaparecido. No estaría de más recordar que a principios del siglo XX cerca del 80% de la población andaluza era analfabeta. Lo difícil es demostrar el éxito relativo de los niños andaluces en el informe PISA, a tenor de los comentarios que últimamente se han vertido.

Esta lectura tan negativa de los datos del informe puede proceder de dos sesgos interpretativos: de una comparación descontextualizada -y realizada en exclusiva con los países mejor posicionados- o de una mezquina intencionalidad partidista. Estimo que hemos asistido a una conjunción de las dos.

Lo primero no deja de producirme admiración. No obstante, puede pensarse que aquellos que piensan que Andalucía puede compararse casi de un plumazo con las tradiciones culturales de los países escandinavos, las de centro Europa o incluso las de Europa del Este, no conocen bien la persistencia que pueden presentar algunos procesos sociales. De hecho, si colocamos a Andalucía en el grupo de países que le corresponden, los resultados son casi los esperados. Aparece junto a Italia, Grecia, Israel y Portugal. Sin embargo, también estamos cerca de países que no son de nuestra tradición cultural más próxima, como Noruega, Luxemburgo o Estados Unidos. Lo que se me antoja que es una falta de coherencia absoluta es demandar las ayudas de los fondos europeos que con toda justicia nos corresponden y, al mismo tiempo, comparar los resultados de los andaluces con Finlandia, Japón, Canadá o Hong Kong.

En lo que respecta a la lectura políticamente sesgada del informe, un análisis con pretensión de objetividad desprestigia todo intento de vincular el fracaso de los alumnos andaluces a la política educativa de nuestra comunidad. Como casi siempre, ciencia y política cuecen mejor en diferentes hornos. Mostrando un solo dato, podemos dar cuenta de que los resultados de los alumnos andaluces no son todo lo malos que se nos ha querido hacer creer. Si tenemos en cuenta que la clase social del padre es una de las variables que más influye en el éxito educativo, sería muy provechoso controlarla para dar cuenta de los resultados de sus hijos. Dicho con otras palabras, lo ideal sería ver los logros de los hijos de los trabajadores no cualificados andaluces con los de los finlandeses, de los profesionales con los profesionales y de los administrativos con los administrativos. Si hacemos esta comparación, la puntuación de Andalucía es de 495 y del total de la OCDE es de 496. La diferencia no es estadísticamente significativa. Y los resultados, son, en buena medida, positivos. Así, algunos de los países que nos quedarían más cercanos serían Suecia y algunas de las regiones españolas con mayor desarrollo (como el País Vasco y Cataluña). Y superaríamos a EEUU e Islandia (véase el magnifico artículo de Julio Carabaña en Claves de la Razón Práctica, nº 179, 22-29).

Esto no significa que los resultados sean del todo buenos, ni que haya que hacer una lectura triunfalista. La comparación con Galicia, con Irlanda o con Francia nos sitúa en una situación desfavorable. Lo que significa es que los análisis a los que nos hemos referido no son los más acertados y sospecho que en ocasiones no son siquiera una interpretación, ya que ésta requiere de una lectura de datos hecha con anterioridad.

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