TODO lo que el grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla ha mejorado en su aproximación a los barrios donde no viven sus integrantes pero sí la mayor parte de los ciudadanos, le falta de buen gabinete de estudios para lanzar propuestas con fundamento que mejoren la ciudad. Aunque le cueste, Juan Ignacio Zoido habrá de admitir que incurren en obviedades. Constatar que la ciudad no funciona bien forma parte de la adecuada labor en la oposición. Pero después de la denuncia y del gesto llega la hora de plantear soluciones y alternativas, y eso obliga a ir más allá de los lugares comunes.

Puede que en el PP piensen que la victoria electoral les va a caer como fruta madura del árbol municipal por las disensiones en el PSOE sevillano y por castigo al partido que negaba la crisis tan evidente. Eso es condición necesaria pero puede que no suficiente, para alcanzar la mayoría absoluta requieren rebañar lo poco que queda de más voto andalucista, la abstención de más votantes de izquierda e incluso que una parte del electorado socialista moderado cambie el sentido de su voto en favor de un cabeza de cartel asociado a la sempiterna imagen de Javier Arenas, al que nunca han pensado dar su apoyo en las urnas.

Sus aciertos a la hora de ofrecerse para reponer mobiliario urbano o desratizar domicilios, lo que obliga al Gobierno local a reaccionar para no quedar en evidencia, han de ir ligados a una capacidad rigurosa de anticiparse a lo que debe ser la ciudad a medio y largo plazo en sus grandes ejes: integración metropolitana, equipamientos para todos, desarrollo económico, urbanismo sostenible, movida cultural. Hasta ahora, Zoido está logrando la credibilidad de ponerse al nivel de la Sevilla más lastimosa y lanzarle a Monteseirín retos de ejecución inmediata para que no se extienda la vergüenza ajena. Pero cuando se trata de hablar de financiación, industria, museos o parques tecnológicos, de momento no ha pasado de las obviedades.