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SÓLO por el papelón al que se sometió Andrés Pajares el viernes por la noche en ¿Dónde estás, corazón?, habría que perderle el poco respecto que le teníamos como actor. Hace poco anunció sacando pecho que representaría 50 funciones en el Teatro Arlequín, conmemorando cada uno de sus 50 años de profesión. Una patochada. Sin gracia. Sin interés. Lo visto sobre el escenario no tenía nombre. Afortunadamente, acudían muy poquitas personas a verle. Algunas noches poco más de una docena. Mejor así. La vergüenza ajena que sentían era tremenda. Imagínense el mal trago para Antonia Sanjuán, que es la empresaria.

Otros se hubiesen escondido debajo de las piedras para evitar el ridículo. Pero este hombre no entiende de límites en su grado de vergüenza. Y todavía se permite acudir al circo televisivo más denigrante que puede existir, aquel que tiene como objeto hurgar en las procelosas arenas movedizas de la vida privada de quien se sienta en el sillón de los acusados. A balbucear palabras. A no contar nada. Entre las escasísimas frases audibles escucho una: "Los críticos me importan un huevo".

Hace muchísimo que a los críticos nos importa un huevo la trayectoria de Andrés Pajares. ¿Que hizo Ay, Carmela con Saura? Un buen día lo tiene cualquiera. Pero su esperpéntico personaje ha podido, de largo, con el actor que le habitaba.

Si Pajares protagonizó en el Teatro Arlequín uno de los episodios más lamentables de la escena reciente, un escándalo que sólo por un respeto que él no ha sabido ganarse algunos hemos callado, en la televisión continúa haciendo el ridículo, mostrando el grado de bajeza moral a que a veces los humanos somos capaces de llegar. En el Arlequín, Pajares ofreció una muestra de teatro basura, nulo respeto por su público. En Antena 3, el viernes, transgredió todos los baremos de la telebasura analizable e inventariable.

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