EL marbellí Dani García, que con sus dos estrellas Michelin es posiblemente el cocinero andaluz más reconocido ha venido demostrando en los últimos años que la alta cocina no tiene por qué estar reñida con el gran público. García, en su cadena de gastrobares La Moraga, se inventó la burgerbull, una hamburguesa de rabo de toro que hace saltarse las lágrimas de emoción. Con mucha carne pero podrida, la modesta y venerada cadena de cable AMC quiso demostrar el año pasado que podía hacer televisión para masas sin perder sus señas de identidad que la han encumbrado en la ficción de calidad. Con The Walking Dead, la rival más seria de la HBO en este negocio (aunque con un presupuesto y un accionariado que sería como si el Betis, el Sevilla, el Granada o el Málaga le estuvieran mojando la oreja continuamente al Madrid o el Barcelona), pretendía rentabilizar otras series anteriores que le han supuesto un prestigio y reconocimiento pero todavía poca audiencia e ingresos como Breaking Bad y Mad Men. Qué quieren que les diga, Ferrán Adriá siempre ha mantenido que El Bulli era una ruina. La adaptación del cómic de zombies de Kirkman, a cargo del guionista y director Frank Darabont, fue recibida con tibieza y cierto desdén intelectual por la crítica, acostumbrada a Don Draper. Pero fue un rotundo éxito de público. La segunda temporada, que acaba de ser estrenada en España en abierto por la Sexta y que se ha despedido hasta febrero al alcanzar la midseason a los siete capítulos con un episodio tan estremecedor como redondo, llegaba en medio de la polémica del verano: el despido de Darabont como showrunner y el malestar del equipo por los recortes a los costes de producción que se impuso. El resultado ha sido una trama mucho más lenta tras la frenética primera temporada pero más rica. Menos zombies pero más conflictos internos, un estilo mucho más acorde a la AMC: lo que importa son los personajes y su desarrollo. En estos siete capítulos asistimos al posible nacimiento de uno de esos antihéroes para el recuerdo, uno de esos malos-ambiguos con los que no resulta difícil empatizar. Hay un golpe de Estado de Shane y Jon Bernthal, el actor que lo encarna: se come crudos al resto sin necesidad de convertirse en zombie. Sin embargo, parte de la crítica sigue inmisericorde con The Walking Dead, exigiéndole a una hamburguesa exquisita lo mismo que a un bloc de foie con trufa blanca. Y olvidando que es el éxito de este (buen) producto de masas (su regreso batió el record del cable en USA) lo que permite a la AMC mantener sus tres estrellas Michelin.

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