Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Partida de póquer con un cadáver

UNA decena de tipos encorbatados con cara de pocos amigos mira con impaciencia al presidente del Gobierno español. Tienen los labios apretados, las pupilas pétreas, los puños cerrados. Unos descansan los antebrazos en la mesa con la misma resolución hostil con que los policías esperan en la sala de interrogatorios la confesión del sospechoso; uno de ellos habla por el móvil con gesto estreñido; otro se rasca la oreja con la altanería de un jugador de póquer. Los floreros, las bandejas con panecillos y las botellas de agua mineral extendidas sobre el mantel no sólo no logran amortiguar la tensión de la escena sino que la multiplican: más que adornos parecen las alambradas de una trinchera. Si en lugar de la mesa colocáramos un lujoso ataúd con un cadáver cosido a balazos descubriríamos la profunda animosidad que hay detrás de los rostros.

Todos ellos esperan de su interlocutor una respuesta rápida y convincente. Si no la obtienen por las buenas levantarán el teléfono y dictarán un monosílabo para que su desdén se traslade a los mercados, mine las bolsas, los inversores retiren la confianza y obliguen a las compañías de intermediación a bajar las calificaciones de solvencia. Son los tipos más poderosos del mundo. Frente a ellos el presidente del Gobierno español cruza las manos sobre el mantel con una actitud entre amistosa y claudicante. Están, entre otros, Georges Soros, el más grande y exitoso especulador y filántropo del planeta; David Salomon, de Goldman Sachs; John Havens, de Citigroups, y John Paulson, que ha ganado cuatro millones en los últimos tres años apostando por la caída de las hipotecas basura y al que sus conocidos llaman el mago de las subprime.

Ante esos tiburones de Wall Street Zapatero se ha arrepentido de retrasar la reforma laboral, ha garantizado más "disciplina y exigencia" y ha prometido que la huelga general no le hará cambiar de política económica. Es decir, ha prometido el voto de obediencia (a los dictados del mercado); el de pobreza (frente a las inversiones sociales) y el de castidad, pues sea lo que sea lo que le metan los sindicatos se mantendrá firme.

Todo en orden. El gran capitalismo ha ganado otra alma socialista y con ella, como si fuera un gigantesco racimo de uvas pasas, la de un país que un día votó a la izquierda con la confianza de restablecer o asegurar ciertos principios: la independencia, la solidaridad ilimitada y el pacto social.

No creo que el PSOE haya dado a lo largo de su historia centenaria un giro de filosofía tan profundo como el impulsado por Zapatero en apenas un año y sin mediar congresos ni refundaciones.

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