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Alejandro V. García

Pasa la huelga, queda el conflicto

PASÓ la huelga general contra Zapatero, aunque las causas que han inspirado la protesta permanecen y mientras no se solventen (si se solventan) el conflicto continuará abierto. Hoy es el día del balance, de las cifras, de las deducciones. Se imponen quizá unas reflexiones a vuelapluma.

Primera. Pese a quien pese, la huelga detuvo en buena medida la actividad del país. Porcentajes al margen, es evidente que la protesta tuvo una relativa respuesta y que el pulso laboral se redujo sensiblemente en gran parte de los sectores.

Segundo. Aparte de los incidentes más graves, la huelga transcurrió con absoluta y democrática normalidad. La presencia en las calles de los piquetes informativos de trabajadores está regulada por la ley y mientras no se cambie es válida. Aspirar a que los piquetes visiten los centros de trabajo de puntillas y a paso de ballet es una soberana tontería. Pero la utilización del piquete sólo como elemento coactivo es un disparate similar. La sorda violencia de la reforma laboral no se vence con perifollos (exaltados al margen).

Tercera. La satisfacción de los sindicatos con el seguimiento de la protesta tiene más de autoafirmación ante la campaña de descrédito organizada por la derecha y la ultraderecha y las dudas propias sobre la capacidad de convocatoria que con las expectativas reales para que el Gobierno rectifique y cambie las decisiones más duras.

Cuarta. Si los sindicatos son consecuentes con sus reclamaciones y mantienen la exigencia de marcha atrás, la confrontación con el Gobierno no puede terminar en la huelga. Un paro general no es sí mismo un logro sindical sino un medio (quizá el más impetuoso) para alcanzar ciertos fines.

Quinta. La huelga de ayer no ha sido un paro limpio ni fue antecedida por protestas espontáneas. Ha sido una decisión oportunista de los sindicatos para escarmentar a los compañeros de viaje en el Gobierno que, presionados por bancos e inversores, cambiaron inopinadamente una política económica de resistencia por otra abiertamente contraria a los intereses de los trabajadores. Los sindicatos deben meditar.

Sexta. La burda campaña de desprestigio de la ultraderecha ha fracasado. Disfrazada de misión contra los sindicatos y sindicalistas actuales, en realidad era una ofensiva para cuestionar la existencia misma de las organizaciones de trabajadores inspirada en principio fanáticos y ultraliberales. Un diario incluso ha investigado la categoría de los restaurantes donde ha ido a comer Cándido Méndez, como si ciertos templos del placer estuvieran reservados en exclusiva para los paladares de la élite ultramontana.

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