Patriotismo constitucional

La polémica se centra en la medida máxima del recurso a los sentimientos nacionalistas de los españoles

Las sentencias judiciales y la convocatoria de una moción de censura en el Parlamento han desplazado el interés reflexivo provocado por un reciente acto político del partido Ciudadanos. La polémica se centraba en la medida máxima que debe alcanzar el recurso a los sentimientos nacionalistas de los españoles para que no se convierta en abuso. Para que no se transforme en una pasión tóxica, como suele ser frecuente en los nacionalismos. Hay, en efecto, una vara siempre dispuesta para medir posibles excesos, por miedo a que puedan ser confundidos con una herencia franquista. Con esta enfermiza susceptibilidad se ha conseguido dar al franquismo una perdurable y larga sombra contaminadora, que quizás ni él mismo había soñado. Por otra parte, tampoco debe ser obligación continua proyectar sobre los sentimientos nacionalistas una visión tan nociva basándose en la terrible manipulación a la que fueron sometidos en el siglo XX. Si se mira más hacia atrás, tal como explicó Michelet, sin inventar y exaltar las ideas de nación y patria hubiera sido mucho difícil destronar, desde finales del siglo XVIII, a las monarquías absolutistas europeas.

A estas alturas, los sentimientos nacionalistas pueden considerarse meros residuos y reliquias arqueológicas e, incluso, como muy bien exponía, el miércoles pasado, el profesor Víctor Vázquez, un cierto pudor obliga a distanciarse de ellos. Pero la carga emocional que acompaña la defensa de lo propio, la solidaridad con los que están más próximos, no debe ser desechada como un medio poco digno de concienciación política en determinados momentos. Siempre que no incluya el desprecio y la exclusión de nadie. Y ahí, reside la gran cuestión, la palpitante: la de los nacionalismos vasco y catalán, cuyos sentimientos patológicos, desde sus inicios, se han fraguado y alimentado gracias a la creación de un enemigo -España- culpable de sus supuestos males. Esa es la deriva que no cabe traspasar y, sin embargo, ha existido una gran tolerancia hacia los componentes agresivos de esos nacionalismos. Por eso sorprende, ahora, esa forma tan compulsiva de lanzarse a desprestigiar una iniciativa, como la de Ciudadanos, en la que tal vez hay excesos y oportunismo, pero que también respondía a la llamada silenciosa de muchos españoles, cansados de sentirse denigrados, sin que apenas nadie les levante el ánimo herido. Precisamente para aliviar estas situaciones, Habermas propuso las medidas que entraña el patriotismo constitucional. Ahí reside el debate.

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