TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

BREIKIN NIUS

Ignacio Gago /

Pecados compartidos

RECHACE la idea de que en España se hace una pésima televisión donde prima la telebasura, ya lo lea en el The New York Times o en El Adelantado de Segovia. En boca de un filósofo emérito o en la de un reponedor de Carrefour. No es cierto. Aquí, en unas cadenas más que en otras, fabricamos programas más que notables. Eso sí, no se equivoque: la televisión no es -ni lo pretende- una universidad y el lugar donde formarse como ciudadano, sino únicamente un medio de comunicación enfocado al entretenimiento y la información. Más lo primero. Ni caja de madera, ni caja tonta, sino un espejo de la sociedad de nuestro tiempo que emite todo, lo mejor y también lo peor de nosotros mismos.

Un espejo cóncavo y convexo que refleja a Punset y a Karmele, documentales de La 2 y Dónde estás corazón, entrevistas en directo a Zapatero y al abogado Rodríguez Menéndez, que es gratis o de pago, pública y privada, pero en la que siempre decide su dedo pulgar cuando se posa sobre ese o aquel botón del mando a distancia.

El periódico nacional que más ataca a la telebasura se despachaba días atrás con este titular en su sacrosanta portada: "Boda del ex jefe de campaña del PSC con el productor de Sálvame". En el interior, despliegue fotográfico de invitados como Jorge Javier Vázquez o Belén Esteban. Y se quedaba tan pancho. Se trata del mismo rotativo que desveló y denunció las imágenes con las presiones del programa de Ana Rosa en la confesión de la esposa del pederasta Santiago del Valle y que, en una pirueta que ni Pinito del oro, pasó a postular a la Quintana para el Premio Ondas -galardón en horas bajas- a la mejor presentadora. Prensa y Televisión atacan a la telebasura desde supuestas atalayas al tiempo que olvidan sus pecados, como disponer en nómina de tertulianos que vierten opiniones incendiarias o esas páginas de anuncios picantes.

Zapatero, recién instalado en La Moncloa, fijó a la telebasura en su punto de mira. Tardó nada menos que 6 años en sacar adelante una Ley del Audiovisual que se presuponía un jardín del Edén y que ha derivado en un secarral justo cuando cumple su primer aniversario: el Consejo Audiovisual Estatal sigue en un cajón, la protección en horario infantil discurre como entelequia, los canales con sorteos de tocomocho campan a sus anchas y programas pornográficos continúan en parrillas desde antes de la medianoche. A pesar de todo, la televisión goza de buena salud. Las denuncias de los espectadores por sus contenidos apenas sobrepasan el centenar anual. Y el CIS, en sus barómetros que pulsan las preocupaciones de la población, nunca ha mencionado -ni de pasada- que la televisión o la telebasura anden entre ellas. Por algo será.

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