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Carlos Colón

Pequeño país entre Francia y España

ESTE país merecería librarse de la indigestión catalanista y de la pesadilla vasca. "Euskadi no es, ni será, una parte subordinada de España", clamaba el pasado domingo Ibarretxe. Ya sería hora de darle la vuelta a su frase y decirle que la que no es, ni será, una parte subordinada a los chantajes, chulerías y violencias del nacionalismo vasco es España. Lo mismo habría que decirle al nacionalismo catalán que -sin matar ni escudarse tras quienes matan: ya es algo- un día sí y otro también regala perlas como las declaraciones del presidente del Barcelona que ustedes ya conocen: "Cuando voy por el mundo explicando mi país, que es Cataluña, que tiene una lengua propia, que es el catalán, que además es un país que está entre Francia y España, un pequeño país pero que además tiene una historia milenaria...". Cuál sea la historia milenaria de ese pequeño país que nunca ha sido tal, al parecer situado entre España y Francia, es un enigma; salvo que se trate de Andorra. Pero a los nacionalistas les gustan los enigmas y oscuridades, ya que la luz de la historia y la claridad de la razón dejan en evidencia sus embustes.

Es una desdicha tener que adentrarnos en el siglo XXI con la rémora de estos nacionalismos de origen extremadamente conservador, antimoderno y beato, inventados por lunáticos como Sabino Arana o por integristas como el cardenal Torras i Bages, ferviente defensor del catalanismo católico como freno al centralismo liberal madrileño: la unión del integrismo religioso y el nacionalismo, enfrentados a la modernización liberal de los Estados centralizados al estilo francés, está en la base de lo que desde hace tantos años se nos pretende vender como progresista y de izquierdas. "¡Dios y leyes antiguas!" o "¡Sin Dios no queremos nada!", gritaba Arana. Y Torras i Bages escribía en La tradición catalana: "Cataluña y la Iglesia son dos cosas en el pasado de nuestra Tierra que es imposible separar… Cataluña la hizo Dios, no la han hecho los hombres: los hombres sólo pueden deshacerla".

Cosas viejas y rancias, ciertamente, por mucho que se disfracen de modernas y progresistas; pero que exigen una dedicación política y desgastan unas energías que España necesitaría emplear en la resolución problemas más acuciantes. En el caso del País Vasco lo más grave no es ya la dedicación y las energías despilfarradas, sino la persecución, chantaje, violencias de todo tipo y asesinatos de los que se vale el nacionalismo radical sin que el llamado moderado lo aísle social y políticamente, constriñendo hasta extremos intolerables el ejercicio de las libertades democráticas.

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