LA marcha del barcelonés José Lebrero a la dirección del Museo Picasso de Málaga es una buena noticia para la Consejería de Cultura, porque zanja un problema en la espinosa gestión de una institución donde a quien menos se deja mandar es a quien figura con mando en plaza (difícil maridaje entre una rama de la familia Picasso y un gobierno autonómico para tener las manos libres cada día en un museo en el que pende la incertidumbre sobre la cesión de los picassos como piedra de toque de las negociaciones y de los dineros), y es una pérdida para Sevilla, porque con la dirección de Lebrero durante los últimos seis años ha subido muchos enteros el papel del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo en la vida cultural de la ciudad. No sólo en lo concerniente al programa de exposiciones de artes plásticas, sino por convertir el Monasterio de la Cartuja en territorio de la música, el cine y otros géneros, generando lazos con grupos de jóvenes creadores sevillanos.

Si se confirma que la sustituta de Lebrero es Yolanda Romero, directora del Centro de Arte José Guerrero, de Granada, hay que hacer votos para que contribuya a la consolidación del CAAC y que no se quede atrás ni como plataforma de los artistas andaluces (del presente y del último medio siglo) ni como ventana a las tendencias internacionales de verdadero calado estético y ético. En ambos ejes hay margen de mejora para dar cabida a los emergentes y a los grandes nombres del arte que no es bluff, aun cuando existan limitaciones presupuestarias y dificultades de espacio porque las salas del monasterio no van en consonancia con los grandes contenedores que se estilan a nivel internacional para la acogida y exhibición del arte reciente, bienales y museos incluidos.

Entretanto se sustancia el relevo, vayan por la noche a la Cartuja y disfruten del frescor de sus jardines con los conciertos y películas del ciclo Nocturama. Otra victoria del dios de las pequeñas cosas sobre la ciudad de la grandilocuencia.