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Opinión

Rosalía Gómez

Pina Bausch, la coreografía de las emociones

EN el mundo ha habido siempre artistas excepcionales, pero sólo unos cuantos han tenido la capacidad de partir en dos -con un antes y un después- la historia de su arte. Pina Bausch es una de ellas. Su maravillosa version de La Consagracion de la primavera, repuesta el pasado año en el Liceo de Barcelona y reseñada por este periódico, abría una brecha en el mundo de la danza, un camino nunca antes explorado y que luego habría de alimentar también al teatro, a la ópera e incluso al cine.

Bausch eligió para su Tanztheater de Wuppertal un puñado de magníficos bailarines, no para dejarlos bailar y bailar sino para dialogar, para experimentar con ellos -y luego con el público- todas las emociones inherentes a la condición humana. Emociones que giran, cómo no, en torno a la vulnerabilidad del hombre -y de la mujer- y a su necesidad de amar y de ser amados. Para ello, la creadora alemana fue capaz de revolucionar el lenguaje heredado, manipulando libremente las técnicas preexistentes, ignorando el cuerpo ideal del bailarín en favor de una heterogeneidad mucho más realista, aunque nunca exenta de poesía, basada en los gestos cotidianos, en las palabras, en los ruidos, en las músicas... tal vez en los de aquellos seres de la posguerra que ella observaba desde debajo de la mesa del restaurante de sus padres.

Sin dejar de plantearse nunca el papel de la danza, Pina Baush ha creado en los últimos 40 años decenas de trabajos: Blaubart, Arien, 1980, Nelken... Primero en Wuppertal y luego, como buena nómada, en las residencias que llevaba a cabo en distintas ciudades del mundo como Lisboa, Madrid, Palermo, Hong Kong, Estambul, etc., para crear espectáculos en los que siempre aparecían los muchos modos de comportamiento que existen en el mundo.

Sus obras, a veces de más de tres horas de duración, son como ríos llenos de meandros, tan densas y sobrecogedoras como leves y llenas de humor. Tan ricas en perspectivas que, como el buen teatro, no necesitan adjetivos como político, feminista o intercurtural para englobar todas las dimensiones de la vida humana en su interior. Sin una estructura narrativa ni una progresión lineal, dichas obras presentan siempre una multitud de acciones simultáneas que ella lograba convertir en una unidad que el público podía desentrañar a su antojo.

Estos polémicos trabajos han provocado los mayores entusiasmos y feroces ataques que ella, firme en sus determinaciones, ha afrontado siempre con el silencio y la sonrisa. En cualquier caso, nadie ha podido impedir que su semilla se haya extendido generosamente por todos los continentes, en los que han surgido miles de epígonos, si bien su manera de contar la aventura humana era absolutamente inimitable.

Llena de vitalidad creadora a pesar de sus 68 años, su muerte ha sobrecogido al mundo del arte. Por suerte, su generosidad a la hora de compartir ha corrido siempre pareja a su genio creador, pero su fuente nutritiva y esperanzadora, como la de tantos otros en estos últimos años, ha dejado de brotar para siempre.

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