El poliedro

Pionerosde un nuevo escenario

COMO reza en los manuales, los beneficios empresariales tienen varios posibles usos o destinos. Primero, retribuir al "socio obligatorio" -Hacienda-, como representante de la sociedad y el territorio en los que la empresa obtiene sus réditos. Una vez pagados los impuestos, y formalismos contables aparte, las opciones son básicamente dos: dar dinero a los accionistas o dejar la ganancia en el propio negocio, o una combinación de esas alternativas. Las empresas de cierta dimensión, una vez madurado su negocio originario y con los excedentes generados por éste, suelen por seguridad y también por ambición de crecimiento invertir en sectores distintos al tradicional, con lo cual se posicionan en mercados vinculados o no, que tienen futuro o son de interés estratégico.

En este sentido, cabe reflexionar sobre si ciertos sectores que han madurado aceleradamente en la economía andaluza y española han hecho los deberes de planificar y desarrollar una diversificación atinada hacia otras actividades emergentes. O si bien, en el extremo contrario, los árboles ubérrimos del dinero a raudales no han dejado ver el bosque de las alternativas del mañana, que siempre y tercamente, acaba por llegar.

Durante aproximadamente diez años, el sector de la construcción ha sido la estrella de la estructura sectorial española, y ha conseguido importantes rentas empresariales que han sido fundamentalmente dedicadas a reinvertir en el propio negocio, que se comportaba de manera rutilante e incansable, de forma continuada. Aunque la irritada advertencia del presidente Chaves antes de este verano -cuando recordaba que "el efecto ladrillo" no era la base de nuestro crecimiento- era sustancialmente cierta, no se puede obviar que el impacto social de las actividades constructoras no tiene parangón en cuanto a empleo y economías indirectas, por lo que su "crisis" (desaceleración, estancamiento, aterrizaje suave, corrección: llámele usted como estime) no deja de ser un asunto de primer orden, por mucho que en términos agregados puedan ser ciertas actividades industriales concentradas en polos concretos o en suministros básicos las primeras del ranking oficial. En mi opinión, el alarmismo suscitado alrededor de este pilar económico es en sí mismo excesivo y, peor aun, es muy nocivo, porque se realimenta, y paraliza tanto a la oferta (las propias empresas constructoras) como a la demanda (los potenciales compradores de casas y otras construcciones).

Por fin, parece, ha llegado la hora de la mesura y la responsabilidad, del mensaje claro y sin trampa, y no sólo ha llegado para los desbocados políticos. Por ejemplo, el mensaje que ha lanzado el G-14, "lobby" que agrupa a las principales constructoras del país: se puede perder medio millón de empleos en dos añosý lo cual no es el The End que cantaría solemne Jim Morrison al final de Apocalypse Now, sino la adaptación a las nuevas condiciones del mercado. Se aceptan apuestas, pero muchos segmentos de la vivienda no van a bajar de precio. Otros, probablemente sí.

Sea como acabe siendo el futuro, no lo podemos precisar ahora. Lo que no quita para que se encuentren mejor posicionadas las empresas -hablamos de regionales, las nacionales españolas son grandes multinacionales con complejos juegos de cartera- que hayan apostado de verdad por la innovación en productos y procesos, el buen uso tecnológico, las energías renovables, los servicios de alto valor añadido o los nuevos destinos geográficos que reproducen nuestro pasado inmediato, como ciertos países Este de Europa. Porque todos a la vez, sin rodaje, a la ligera, no van a caber en este nuevo teatro de operaciones.

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