LAS aguas del Índico son aguas de piratas. Piratas del siglo XXI que utilizan misiles en lugar de cañones y radares en lugar de catalejos, pero los asaltos se producen a través de abordajes, los piratas cuentan con puertos en los que se guardan, protegen y preparan sus golpes, y piden rescate por la liberación de los rehenes.

Es complicado pelear contra ese tipo de profesionales del asalto perfectamente organizados, que contratan mercenarios curtidos en mil guerras que les enseñan a ser contundentes en sus acciones, y que además conocen las costas de los países de la zona como la palma de su mano: sólo los satélites son capaces de detectarlos, y las más de las veces se encuentran escondidos en lugares inexpugnables para buques de guerra y también para aviones que supuestamente pueden aterrizar en cualquier parte.

Contra esos desalmados debe negociar el Gobierno español. Hace meses el Gobierno autorizó el envío de un buque de guerra a la zona para proteger nuestros barcos, pero nunca llegó a desplazarse hasta allá. Y los barcos españoles continuaron atravesando esos mares peligrosos haciendo buena la premisa de que nadie piensa que le va a tocar el accidente, la enfermedad mortal... o el abordaje de un grupo de piratas.

Sarkozy sufrió hace un par de semanas el mismo calvario que sufre ahora el Gobierno español, que sufren las familias de los marineros secuestrados y que sufre la empresa propietaria del Playa de Bakio. La reacción inicial ha sido adecuada, con un gabinete de crisis presidido por Fernández de la Vega del que forman parte los ministros de Defensa, Asuntos Exteriores y Medio Rural y Marinería, así como el Jemad, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Porque todos ellos están implicados en un caso que probablemnte jamás pensaron que tendrían que afrontar, piratería pura y dura.

Se trata de una situación tan sorprendente, tan atípica, tan impensada, que resulta difícil analizarla con cierta perspectiva. Pertenecemos a un mundo desarrollado y tecnificado, ajeno a que no muy lejos de nuestras fronteras la miseria y la violencia provocan situaciones que jamás habríamos imaginado. Y es complicado encontrar los mecanismos adecuados para encarar un problema tan fuera de nuestros esquemas, tan fuera de la lógica. Los piratas quieren dinero y, una vez que lleguen a puerto, a su escondite, se iniciarán las negociaciones. Con ellos, no con su gobierno. Por eso es todo tan complicado. Ha habido conversaciones con los gobiernos de Somalia y Kenia, con el de Francia -para saber cómo solucionaron ellos el mismo caso hace dos semanas- y con las autoridades de la Unión Europea, pero al final del recorrido no queda más que sentarse a negociar con los piratas y empezará el regateo puro y duro, porque ellos sólo quieren dinero, al igual que los piratas de las mejores novelas de siglos pasados.

La Unión Europea ha advertido que tomará cartas en el asunto. El anuncio de Bruselas provoca cierta tranquilidad.

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