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El tránsito

Eduardo Jordá

Planes de futuro

ERA un norteamericano ya mayor, que hablaba con un aire jovial y educado. Ya he olvidado dónde me contó su historia -creo que fue en una galería de arte en Sevilla o Málaga-, y también he olvidado qué motivo lo había traído a Andalucía. Lo que sí recuerdo es la historia que me contó. Aquel hombre había trabajado toda su vida en varias empresas de telecomunicaciones. Como en Estados Unidos no existe la Seguridad Social, había tenido que pagarse su plan privado de pensiones. Lo hizo como suelen hacerlo los americanos, en bancos que ofertan planes que se incrementan con las inversiones en Bolsa. Durante años, su plan de pensiones creció y aquel hombre llegó a la jubilación con unos fondos saneados. Creía que al fin le había llegado el momento de jugar al golf en Florida y tal vez comprarse una casa en algún lugar de Andalucía.

No pudo ser. Al poco tiempo de jubilarse, su banco le comunicó que se había producido "un gravísimo error de gestión" y que su fondo de pensiones se había volatilizado. De la noche a la mañana, aquel hombre lo había perdido todo. Angustiado -aunque no deprimido, ya que nunca se dejó arrastrar por el desánimo-, descubrió que un ejecutivo con fama de hacer milagros con el dinero había invertido todos los fondos de pensiones del banco en unas operaciones especulativas de alto riesgo. Las operaciones, como suele ocurrir, habían funcionado muy bien al principio, y eso había hecho que el ejecutivo se volviera más voraz. En vez de aspirar a ganar un 20 por ciento, se propuso ganar diez veces más. Se dejó llevar por el vértigo que produce jugar a la Bolsa como quien juega a la ruleta (o a la ruleta rusa) y empezó a invertir en operaciones muy arriesgadas. Y un buen día se dio cuenta de que había perdido todo el dinero.

El hombre que me contó la historia tuvo que regresar a su antigua empresa, que aceptó volver a emplearlo, aunque por una paga mucho menor. Un día, en su banco, se le ocurrió preguntar por el ejecutivo que lo había dejado sin jubilación. "Ahora trabaja en otro fondo, en Washington", le comentaron de forma confidencial. "Dios santo", gimió el hombre, que sabía que sus compañeros de trabajo le llamaban con sorna "Lázaro", ya que sólo un resucitado habría aceptado regresar a su antiguo empleo.

Me acordé de aquel hombre cuando leí que existe el proyecto de invertir en Bolsa el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, donde se guardan los 55.000 millones de euros que garantizan nuestras pensiones. Puede que sea una buena idea. Pero si pensamos en la temeridad de muchos ejecutivos bursátiles, y en el nivel de desquiciamiento de este post-capitalismo en el que ya no existen límites claros entre realidad y ficción, o valor real y puro desvarío, todo eso da un poco de miedo.

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