En tránsito

Eduardo Jordá

Planificación urbana

EL otro día vi un camión de basuras vaciando los contenedores de una calle del casco antiguo. Como la calle es estrecha, y el resto del barrio está peatonalizado casi por completo, el atasco de tráfico duró algo más de diez minutos. Las motos empezaron a subirse a las aceras, sorteando veladores y transeúntes despavoridos. Luego les siguieron los ciclistas. Los automovilistas enfadados empezaron a tocar el claxon. Los empleados del camión de basuras respondieron con gritos y amenazas. Los turistas miraban perplejos, preguntándose si aquello era el preparativo de unos sanfermines -ahora que Tom Cruise se dedica a correr los encierros entre Sevilla y Cádiz- o una nueva película sobre la guerra civil. Bien mirado, así empiezan las grandes catástrofes.

¿Qué pretenden los planificadores urbanos? ¿Por qué se empeñan en hacer las cosas más difíciles aún de lo que ya son? En los centros históricos vive gente, y esa gente necesita hacer la compra en el supermercado, aparcar el coche, hacer una mudanza o esperar con ansiedad la llegada de una ambulancia o del coche de bomberos. La gente que vive en el centro histórico tiene niños que van en cochecito, y ancianos que no pueden moverse si no es en silla de ruedas, o en un coche, o en un taxi que cuesta un ojo de la cara porque tiene que dar vueltas y vueltas hasta llegar a su destino.

Pero nada de eso le preocupa al planificador urbano. El hombre coge un plano de su ciudad, y con los ademanes de un condottiero italiano que se dispone a cortarle la cabeza a un rival con el que mantenía una larga disputa, dictamina con voz solemne: "Esta calle, y ésta, y ésta, y esta otra, ¡todas peatonales, ya!". Supongo que el hombre piensa que en el centro histórico vive un bípedo por lo general joven, inmune al calor y al frío, siempre impermeable e ignífugo, que sólo sabe moverse a pie o en bicicleta, aunque tampoco hay que descartar que sea teletransportable -cualquiera sabe-, y que sólo se alimenta con las verduras y con los animalillos que cría en la terraza (o en la bañera), ya que no necesita ir al supermercado, ni al hospital, ni coger el coche aunque sea para ir a la playa cuando el termómetro marca 45 grados (cosa que también ocurre).

Ése es el ciudadano medio en quien piensa un planificador urbano. Ése es el ciudadano al que le dedica todos sus esfuerzos (muy bien retribuidos por el contribuyente, dicho sea de paso). ¿Existe ese sujeto? ¿Hay alguien así? No, en absoluto, salvo tal vez en las novelas del realismo socialista que escriben algunos jóvenes. Pero ¿qué importa eso? ¿Y qué más da? ¡Con lo bonito que es peatonalizar! ¡Y lo bien que queda todo! ¡A peatonalizar! ¡A peatonalizar! Y así al menos los toros podrán correr sin problemas por las calles.

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