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El poliedro

Poca cinturaen agosto

La reducción de la masa salarial pública y privada no se ha trasladado a los precios

LAS chicharras cantan desde las ocho de la mañana. Claro, que aquí es una hora menos. Pero el calor es el mismo, y allí habrán cantado desde las siete. La afluencia de gente a las playas, a los mercadillos, a los chiringuitos y a todo sitio donde ofrezcan algo -gratis o de pago-, también es la misma: enorme. Dicen los hosteleros que, a pesar de estas apariencias incontestables, sus cajas sí se duelen de la crisis. Quizá es que la capacidad hostelera instalada era desmesurada, como tantas otras cosas: resulta curioso hablar de un pasado nada remoto, el de hace unos dos años, como si nunca fuera a volver. El caso es que este agosto sigue teniendo toda la pinta del agosto que se ha hecho habitual en las dos o tres últimas décadas: el agosto de las vacaciones para todos, del disputado aparcamiento milagroso, del ruido que no cesa, de la morriña del aire acondicionado, de los invitados y los niños con mil actividades de pago (la Junta no puede con todo, y mira que lo intenta). El mes del permanente olor a comida a mansalva. El del best seller gordísimo. El mes en el que cambiamos el zapato por las chanclas y frecuentamos a tanta gente como en todo el resto del año. Y eso, sin duda, es economía. La economía agostí, un caso típico de pico estacional. Pico alto, o bajo.

Sabemos que las vacaciones a deshora no se las toman nada más que los que tienen su propio negocio y un buen dependiente de comercio en quien confiar. También los que no tienen trabajo, pero las vacaciones de éstos deben ser forzosamente precavidas: mejor seguir el ritmo general. Los que no tienen hijos pueden asimismo veranear con el paso cambiado, pero eso será así sólo si sus patrones ceden a ello. No holgamos masivamente en agosto porque sí, sino por narices: calendario escolar aparte, la causa del agosto como excepción estadística estriba en que las empresas y otras entidades dadoras de empleo, al parecer, no pueden permitirse ver su estructura organizativa salpicada de ausencias vacacionales.

-¿Me pasa con Jacinto el de Pagos, por favor?

-Jacinto no viene hasta final de mes.

-Ah, ¿es que está enfermo o algo?

-No, de vacaciones en Laponia y por ahí [información excesiva, muy habitual]

-¡Pero si estamos en enero! ¿Y no lo sustituye nadie?

-Iban a mandar a alguien de la central, pero de momento no hay nada, y aquí estamos como locos haciendo malabarismos y aguantando el tirón… (de nuevo la consuetudinaria información excesiva).

Y es que es más fácil de gestionar un mes, agosto, laboralmente parado cual caballo de retratista que un calendario laboral con permisos aquí y allá, que marean mucho a las necesidades del servicio.

Por cierto, ¿ustedes han notado bajada alguna de precios correlativa al de la caída de la masa salarial española privada y pública? ¿Le han bajado la cerveza en el chiringuito, o esa doradita a la sal que tanto pienso come, o las gambas blancas asín de grandes de ese mercado de abastos con tanto sabor y olor? ¿El del alquiler de su apartamento de verano habitual, el precio de la hora de pista, el del cursillo de vela de su niño quizá? La elasticidad de la demanda es poca en agosto, y no varían los precios gran cosa, sea porque no se consume mucho menos, sea porque la hostelería sabe que estamos fáciles de bolsillo. A la elasticidad-renta, por su parte y a la vista del llenazo y el desafuero por doquier, tampoco: se gana menos por salarios o negocios, y lo gana menos gente, pero se consume prácticamente igual.

Pero no hay agosto que treinta y dos días dure y, a la vuelta de quince días, nos vemos sacando al perro por nuestro barrio, comprando uniformes y libros, apuntándonos a pilates, comprando fascículos y reactivando la rueda de la vida. De la vida normal, del nuevo ciclo anual que, más que en enero, comienza en septiembre año tras año.

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