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Ignacio F. / Garmendia

Políticos e ideólogos

LA presencia de militantes de los grupos alternativos en gobiernos e instituciones debe ser celebrada por lo que implica de compromiso de hecho -es más cómodo limitarse a lanzar soflamas o eslóganes desde la barrera- y porque la incorporación al tablero de sectores ajenos a los circuitos tradicionales tiene el efecto innegable de aumentar la representatividad de los parlamentos. Suenan por ello paradójicos o cínicos los temores de quienes advierten del desastre venidero, sin caer en la cuenta de que ese desastre ya ha ocurrido y no puede atribuirse a los que entonces se mantenían al margen. Cuando ocupen las parcelas de poder que les correspondan, será cuando se vea lo que son capaces de aportar, si reproducen los vicios de costumbre y si son o no el peligro que dicen los que pronostican el apocalipsis.

Ahora bien, quienes se echan al barro tienen que estar dispuestos a mancharse y si no lo están, por ingenuidad o por arrogancia, deberían pensárselo antes de dar el paso. Lo que no vale es llegar para fotografiarse en pose retadora, decir que todo es podredumbre y dedicarse a salvaguardar una imagen impoluta. Las políticas hacederas surgen de la confrontación entre los principios inmaculados y las posibilidades no ilimitadas que ofrece la realidad. De cambiarla se ocupan los políticos, que no son ideólogos ni analistas sino hombres o mujeres de acción y como tal deben batirse, ganando o perdiendo batallas pero sin dejar de dar la cara. Lo fácil es dirigirse a la parroquia para recibir el aplauso de los fieles. Lo difícil es persuadir, ganar voluntades y a la postre transformar, palabra consustancial al ideario de la izquierda.

En la galaxia contestataria hay muchas personas luminosas, desprendidas y honestas a las que mueven nobles principios y un deseo genuino de contribuir al bien común, pero junto a ellos encontramos a individuos oscuros, resentidos e invariablemente mediocres que vuelcan sus frustraciones en una impugnación de contornos difusos, construida a partir de cuatro nociones precarias. Cualquiera que los haya tratado puede distinguir sin mayores dificultades a unos de otros y es de esperar que sean los primeros los que lleven las riendas, porque de otro modo ocurriría lo mismo que con los partidos convencionales cuando atraían -si es que no lo siguen haciendo- a una legión de trepadores y oportunistas. Serán los mejores los que entiendan, cuando dejen de impartir lecciones en el aula, que no se los votó para pronunciar discursos.

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