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hoja de ruta

Ignacio Martínez

Populismo facilón

PODRÍA haber sido un gesto heroico como el de Fraga en la playa de Palomares con el embajador americano y otros orondos señores, desafiando a la radiación nuclear. Pero ha sido más bien como el comisario austríaco Fischler, que cuando se negociaba en el 97 a cara de perro el nuevo sistema de ayudas al aceite de oliva, vino a Andalucía, lo llevaron a un olivar y para hacerse el simpático cogió una aceituna de un árbol y se la llevó a la boca, para comérsela. En el mismo estilo, la consejera Aguilera cogió un pepino el lunes en un invernadero almeriense y le pegó un mordisco, seguido de otros más, ante la reiterada demanda de fotógrafos entusiasmados con la escena. Pero en el Ministerio no gustó la estampa: se había reiterado la idea a los consumidores de que los pepinos hay que lavarlos y pelarlos antes de comérselos. Y a la consejera, con la foto perdió la prudencia. Griñán estuvo ayer más elegante, la verdad.

Puede que piensen que a la Andalucía del millón doscientos mil parados lo único que le faltaba es una crisis de confianza en nuestros huertos, en nuestro melón, nuestra calabaza, nuestro tomate, nuestra sandía, como diría Alberti. Pero todavía es peor la imagen de descontrol de la Unión Europea en su conjunto, que una semana después de iniciarse una crisis alimentaria y sanitaria de semejante calibre todavía no sabe qué la ha causado. Durante la crisis de las vacas locas no murieron quince personas en una semana.

Existe en la UE un sistema de alerta rápida para alimentos y piensos, RASFF en sus siglas en inglés, que ha tardado dos días en ponerse en marcha, para que a continuación todo el mundo se haya cubierto las espaldas. El que tiene las víctimas se pone nervioso. El que acumula las pérdidas económicas, y está convencido de no ser el culpable, se enfada. El comisario de Agricultura dice que este problema no es de su competencia, sino de su colega de Salud y Consumo. Y la casa sin barrer.

Y después, están las leyendas urbanas. El RASFF se instauró en 1979, un año después de una alerta en Holanda y Alemania provocada por un grupo terrorista palestino que inyectó mercurio en naranjas procedentes de Israel. La desconfianza en la seguridad alimentaria fue enorme: Alemania compraba 140 millones de toneladas de cítricos en Israel. Ahora también se habla de sabotajes, de que el magnífico control informático del puerto de Hamburgo no está a la altura de la limpieza de sus camiones, de mutaciones en laboratorio que se han escapado...

Costará mucho tiempo y esfuerzo recuperar la imagen del sector más dinámico de la agricultura andaluza. Pero no será con populismo facilón, de meyba o mordisco, como se consiga resituar a nuestras frutas y hortalizas en el corazón de Europa.

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