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Joaquín Aurioles

Precampaña andaluza

El verdadero reto en lo económico para la región no está en hacer las mismas cosas mejor, sino en encontrar nuevos espacios de oportunidad · En este terreno el discurso político siempre se atasca

CON el nombramiento oficial de los candidatos Griñán y Arenas se abre la precampaña andaluza, sin apenas tiempo para reponerse de la resaca de las generales y sin fecha exacta de convocatoria. Extraordinaria expectación que me gustaría atribuir a que, por primera vez, tendremos la oportunidad de votar pensando únicamente en Andalucía, aunque deba reconocer que también ayuda el pronóstico de probable relevo en el gobierno de la Junta, después de tres décadas de monocolor socialista. También contribuyen la crisis, el desempleo y la desoladora ausencia de perspectivas de solución, aunque los anticipos que hasta ahora se han conocido no invitan precisamente a confiar en un debate particularmente fértil en materia de contenidos o propuestas.

El Partido Socialista parece apostar por una estrategia de corte alarmista en torno al deterioro de las conquistas sociales con un gobierno de derechas. La sanidad se postula como insignia de la orientación social de sus políticas, tocándose el resto de manera tangencial, pero sin entrar en el fondo de los problemas. En el caso de la educación, por ejemplo, Griñán se refiere a un programa de reformas y reparaciones escolares, pero evita otras cuestiones como el fracaso escolar. El PP tiene la ventaja de jugar a favor del viento, gracias a la crisis y a la debacle del PSOE en las generales. Además confía en que el desgaste de los primeros meses de gobierno de Rajoy será reducido, por lo que su campaña descansará sobre dos ejes verdaderamente potentes, como son el paro y la corrupción. El primero constituye un poderoso antídoto frente a las acusaciones de insensibilidad a los problemas sociales, mientras que la corrupción puede ayudar a aceptar la conveniencia de aire fresco en la Junta de Andalucía.

Aunque la riqueza del debate también dependerá de que los populares decidan adoptar la estrategia de eludir los compromisos concretos, que tan buenos resultados les produjo en las generales, tengo la impresión de que los socialistas se equivocan de munición. La sanidad y las políticas sociales definen un modelo de bienestar y ayudan a sobrellevar la crisis, especialmente a los más desfavorecidos, pero no arreglan los problemas que en estos momentos tiene planteados Andalucía, especialmente el desempleo.

Cuando Andalucía, como el resto de España, se enfrentó al reto de la integración en Europa quedó deslumbrada por el vértigo del crecimiento y la creación de empleo, aunque a costa de una pérdida continua de productividad y competitividad. En 2005, el grado de apertura exterior de la economía andaluza, es decir, la suma de las exportaciones e importaciones con respecto al PIB, era inferior que en 1995, reflejando que el cambio en la composición de la producción estuvo marcado por el auge de las actividades que orientaban sus productos hacia la demanda interna, que también eran actividades de reducido contenido tecnológico y productividad. La economía andaluza dejó de mirar hacia afuera en la era de la globalización, cuando las oportunidades para las más dinámicas descansaban en las exportaciones y en el auge del comercio exterior. El deterioro de la productividad provocó la pérdida de competitividad frente al conjunto del mundo desarrollado, mientras que la persistencia de una inflación más elevada que en nuestro entorno nos la hizo perder frente a los países en desarrollo. El crecimiento andaluz de los años anteriores a la crisis era tan espectacular como vulnerable a cualquier amenaza desestabilizadora.

Ahora sabemos que Andalucía tiene que digerir los excesos de aquella época y corregir el tamaño de actividades como la construcción y su industria auxiliar o el mismo comercio, cuya oferta se encuentra sobredimensionada. También sabemos que algunas actividades tradicionales, como las agrarias o el turismo siguen ofreciendo oportunidades, aunque con exigencias cada vez mayores. La agricultura se enfrenta a una demanda estancada y a una competencia creciente, lo que significa que las oportunidades se limitan a los más eficientes e innovadores. El turismo se enfrenta a una demanda creciente y a cambios de alcance en la cadena de producción del servicio, aunque las posibilidades competitivas siguen siendo elevadas porque buena parte de la productividad descansa en la diferenciación y en las tecnologías aplicadas a los productos.

El verdadero reto para Andalucía no está, sin embargo, en seguir haciendo las mismas cosas y ni siquiera en hacerlas mejor que antes, sino en encontrar nuevos espacios de oportunidad. Este es el terreno en el que el discurso político se atasca y comienza a dar vueltas en torno a las mismas ideas de siempre. Un ejemplo reciente lo tenemos en la demanda del presidente de la Junta al futuro Ejecutivo de Madrid para que ponga en marcha un nuevo Plan E y lo justifica por la oportunidad de crear oportunidades de empleo en la construcción, es decir, una especie de PER, pero aplicado al ladrillo.

Han transcurrido más de dos años desde los primeros compromisos de impulso a un cambio de modelo productivo en Andalucía. Una invitación a modificar las reglas de juego para que otras energías que por entonces estaban marginadas puedan tener un espacio de participación y desarrollar sus potencialidades. Se trataba de reasignar los recursos para que se puedan hacer otras cosas, aunque los obstáculos eran numerosos, como el cierre del crédito o que los servicios públicos consigan de una vez por todas desplazar a la burocracia. Sin duda una tarea compleja, especialmente en estos momentos, pero es el tipo de soluciones que los ciudadanos esperan de sus gobernantes.

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