DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Primavera sagrada

Juan Alberto Fernández / Bañuls

Pregones de Sevilla

EN la quieta soledad del estudio, con unos pocos pero doctos libros juntos, en palabras robadas a don Francisco de Quevedo, me he parado a meditar acerca del milagro que supuso para nuestra lengua la natural convivencia entre el habla popular y la culta que siempre ha caracterizado los mejores momentos de nuestra historia literaria y, en el fondo, lo mejor de todas nuestras artes. Si, como decía Cervantes y corroboraron nuestros mejores artistas, toda afectación es mala, lo es en mayor medida cuanto más se aleje de la cabal comprensión de los que leen, escuchan o miran una obra de arte.

Viniendo de lo general a lo particular, a este mundo amable y amado de la Semana Santa de Sevilla y, en concreto, al de los pregones con que se suele anunciar, tengo el pleno convencimiento de que ha habido pregones tan hermosos como los que nos dejaron los carteles de Gonzalo Bilbao, Bacarisas, Hohenleiter, Juan Miguel Sánchez, Carmen Laffón o Joaquín Sáenz, las fotografías de esa triada capitolina que forman Luis Arenas, Emilio Sáenz y Carlos Ortega o los extraordinarios pregones musicales de Font de Anta, López Farfán o Gómez Zarzuela. Ellos han sido los que han moldeado el mejor paladar con que se puede saborear el gusto a solera añeja de los días que vienen.

De los que han usado la palabra escrita y luego dicha o dejada en la penumbra solitaria de la lectura, pocos hay que resistan el amoroso examen del tiempo transcurrido y merezcan sobrevivir en los entresijos de la memoria: Rodríguez Buzón y Montesinos, Carlos Colón y Juan Sierra, Romero Murube y Rafael Laffón. Pero tengo para mí que el mejor de todos ellos lo escribió, antes que existieran los pregones, Antonio Núñez de Herrera. Eso sí, era lo que, luego y para su desgracia, se dio en llamar rojo. No encontraréis en él ninguna soflama antiabortista ni homófoba. Ni vulgarismos. Sólo amor, respeto y buena literatura.

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