La ciudad y los días

Carlos Colón

Prisa y velocidad

NO es que esté o no de acuerdo en que se limite a 110 km/h la velocidad para ahorrar energía, es que aplaudiría, votaría y llevaría a hombros al político que propusiera reducirla aún más. Me importa un pimiento que se trate de ahorro de energía, avidez recaudatoria que aprovecha la crisis del petróleo para inflarnos a multas o esa medida "soviética" que han dicho los siempre ponderados señores del PP. Ni me importa que, como ha reconocido Rubalcaba, este cambio afecte "a las multas pero no al carné por puntos" porque "no tiene que ver con la seguridad vial propiamente dicha, sino con el ahorro energético". Lo mismo me da. Bienvenida sea toda medida que limite la velocidad y desintoxique de la prisa.

La prisa es la forma humana de uno de los peores males de la modernidad; y la velocidad, su forma mecánica. 120 km/h no les basta a los enfermos de prisa que al tener el volante entre sus manos se convierten en enfermos de velocidad; quieren ampliarlos a 130 o 140 y, si fuera posible, abolir cualquier limitación para demostrar el poder de sus máquinas (que es el del dinero y el más fuerte). Ni sé ni me importa qué insatisfacciones o inseguridades necesitan superar, qué mono de adrenalina satisfacen, qué exhibición de fuerza (poder + dinero) precisan hacer o qué íntima desesperación les lleva a despreciar su vida y la de los otros. Lo que me importa es que quien gobierne ponga freno a esta locura que tantos inocentes se lleva por delante. Y que a base de prohibiciones se logre lo que el fracaso educativo no consigue: formar individuos libres, críticos y responsables, capaces autocontrolarse y resistirse a las inducciones o abducciones consumistas.

La velocidad máxima permitida era de 120 km/h. Pero todo el mundo sabía que los radares no saltaban hasta los 138. Por lo que casi todos circulaban a 130 y muchos a 140 o 150 km/h. No para atender una urgencia, sino porque su poderosa máquina se lo permite (¿por qué se tolera que se fabriquen y vendan coches que pueden duplicar o casi triplicar las velocidades máximas permitidas?), porque su estulticia se lo exige y porque las inducciones ambientales se lo imponen. Ir a toda velocidad a ningún sitio es el equivalente motorizado de trabajar como mulos para consumir como burros. El círculo vicioso de la nada.

En Noruega y Suecia la velocidad máxima en autopista es de 90 km/h. Les envidio. En cuanto a la derecha neoliberal, que se lleva las manos a la cabeza acusando al Gobierno de prohibir cada vez más cosas, parece que ha llegado tarde el sarampión del 68. Tiene razón Blanco: ¿van ahora de frikis y anarcoides?

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