TODOS los que apreciábamos a Rafael Álvarez Colunga, y éramos muchos, nos hemos sentido sobrecogidos y consternados por la noticia de su muerte, que se produce pocos meses después de la pérdida de otro referente de los empresarios españoles, el ex presidente de la CEOE José María Cuevas. Con él se nos va una figura clave de la modernización de Andalucía y de la implantación de un nuevo estilo en las relaciones laborales, pero principalmente perdemos a un amigo: un hombre entrañable, generoso, optimista y vital que se sentía, sobre todas las cosas, profundamente andaluz.

Hace tiempo que Rafael Álvarez Colunga se había ganado, por méritos propios, un lugar en la historia reciente de Andalucía. Su llegada a la presidencia de la Confederación de Empresarios de Andalucía supuso un antes y un después en el devenir de esta organización, que contribuyó a modernizar y donde hizo del diálogo una máxima en su trabajo.

Con los sindicatos -sus "colegas", así los llamaba- trazó sólidas líneas de colaboración que han permitido reforzar y ampliar los distintos Acuerdos de Concertación suscritos entre el Gobierno, la patronal y las centrales sindicales. Valores todos ellos que tuvieron su reconocimiento hace ahora casi cuatro años, cuando yo mismo tuve el honor de hacerle entrega de la Medalla de Andalucía.

La defensa de las libertades fue también otra seña de identidad de su trayectoria personal y profesional, así como su fuerte compromiso con el desarrollo de Andalucía, apoyando la configuración de una clase empresarial moderna e innovadora y fomentando el espíritu emprendedor.

Porque Rafael, Lele, tenía una cabeza privilegiada para los negocios y dentro de ella siempre bullía un nuevo proyecto, pero su corazón siempre estaba junto a sus amigos y su tierra, cuyas tradiciones amaba intensamente. Por eso quiso que su barco, con el que disfrutaba del mar que ahora nos lo ha arrebatado, se llamara Andalucía.