LOS brotes verdes que nos quería vender el Gobierno socialista cuando la crisis enseñaba los colmillos y que el lenguaraz ex consejero de Sanidad madrileño Juan Jesús Güemes entendió que nunca aparecieron porque "eran de marihuana y se los ha fumado Zapatero" se han incorporado a la memoria colectiva como gran metáfora del querer y no poder.

Sólo han pasado unos años pero hay que ver cómo estamos cambiando. Sólo remontarse a la reunión en Moncloa, con almuerzo incluido, entre Rubalcaba y Rajoy, en la que el presidente pudo disfrutar de un buen puro aunque no cabe duda de que ambos se fumaron la reconfortante pipa de la paz, lo mejor que pueden hacer Gobierno y oposición, que la calle no está ya para más frasecitas y navajeos epidérmicos.

También hay que celebrar que esos que no escatimaban sutiles improperios contra las altas instancias judiciales cuando sus sentencias les disgustaban hayan caído en la cuenta de que ése no es el camino. "Desde Madrid, con escolta y buen sueldo es muy fácil decir que Batasuna se presente y quedar de demócrata mundial", rezongaba el vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons, cuando el Tribunal Constitucional quitaba en mayo de 2011 la mortaja del Supremo a Bildu. Y les invitaba a ponerse en la piel de un concejal popular en el País Vasco y les acusaba de tomar una decisión a favor de la política de Batasuna y en contra de la de los demócratas. Cobardes y prevaricadores, en síntesis. Ahora, con esa responsabilidad inherente al que manda, la vicepresidenta del Gobierno advierte que las críticas al Supremo por cargarse a Garzón dañan la imagen de este país.

Así que, a pesar de los pesares, estamos de enhorabuena. Los actores de la alta política recuperan la cordura y se acaba ese despilfarro en pirotecnia verbal que no conduce a nada bueno. Y además estamos -so incrédulos- en buenas manos, en las del "partido de los trabajadores", como proclama sin despedirse, digo despeinarse, María Dolores De Cospedal, que no sé si fuma.