Indudablemente contrariado remató el bético la temporada. La forma en que el equipo tiró la última jornada fue incomprensible y sumió en el desencanto a un beticismo que se desencantó aún más viendo lo que pasó en La Cerámica, el campo del Villarreal. Perder un partido clave con un futbolista más una hora larga no entraba en las previsiones y ese partido de Leganés se sumaba a la imagen de San Mamés y a cómo no sacó adelante el derbi.

En ese Sábado de Pentecostés parecía que al bético le quitaban de los mismísimos labios el caramelo que tan bien le sabía. Los tres últimos partidos, el equipo de Setién no se pareció a sí mismo en nada. Los tiempos de posesión ya no fueron los habituales y ocurría a causa de una intensidad que la tropa se había dejado en el camerino. Un tramo final que le puso sordina a la extraordinaria Liga que al mando de Setién ha recitado el Betis, por siempre Real Betis Balompié.

No es justo, sin embargo, que ese borrón del remate le ponga sordina a una Liga tan notable. Tras aquel punto de inflexión que significó la noche de Reyes, la actuación del Betis ha resultado memorable y eso hay que reconocerlo por muy mal que sentase la traca final. Y es que olvidar la excelencia del equipo de un club saliente de tribulaciones y de presencias en los juzgados que, además, es el décimo en la tabla de presupuestos son ganas de emborronar la realidad.

El fútbol es un juego que discurre con todas las veleidades que conlleva el azar, pero quedar sexto de veinte cuando es décimo en la percepción de ingresos tiene mucho de hazaña. Y en este batiburrillo de cosas sigue sonando a inquietantemente extraño que persista el tiroteo, mayormente a los que manejan la barca. No está mal el nivel de exigencia que muestra el enfado por el tramo último, pero haber terminado sexto teniendo por delante a nueve que ingresan más es un éxito.