Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Queipo... y los moros

En España, desde hace tiempo, la memoria aplasta a la historia en todo lo relativo a la Guerra Civil

Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (Tordesillas, 1875-Sevilla, 1951) es uno de los personajes más repulsivos y siniestros de la larga lista negra que provocó la Guerra Civil y todo lo que la siguió. Si el resultado de la contienda hubiera sido otro, Queipo habría acumulado méritos sobrados para sentarse en el banquillo de los criminales. Por cosas no muy diferentes a las que él hizo en Sevilla más de un jerarca nazi pasó por el tribunal de Núremberg. Desde el golpe del 18 de julio y hasta que su enemistad manifiesta con Franco lo sacó del poder poco después de finalizada la guerra, ejerció una represión sistemática y brutal con ribetes sádicos de la que dio cuenta, además, durante los primeros meses en sus hediondas charlas en Radio Sevilla. Temido y odiado como pocos personajes de la reciente historia de España, cuando falleció en su cortijo de Gambogaz fue enterrado en la basílica de la Macarena, donde hoy todavía permanece en una tumba junto a Genoveva, su mujer.

¿Qué sentido tiene recordar esto en la Sevilla de hoy, azotada por tantos problemas, incapaz de encontrar su camino y de articular un mínimo dinamismo social? Queipo, como los moros que según la leyenda hizo circular por el centro el 18 de julio para dar la impresión de que controlaba la ciudad, da vueltas por el imaginario sevillano como un fantasma o un muerto que no hubiésemos sabido enterrar del todo. Ocurre porque en España estamos asistiendo desde hace ya bastantes años a una peligrosa superposición de la memoria a la historia. La historia es una disciplina académica que tiene sus métodos, sus especialistas y que persigue la verdad. La memoria es el recuerdo íntimo, por lo tanto subjetivo, que permanece en cada persona afectada, también en sus hijos y nietos, de los hechos que dieron lugar a la historia. El 18 de julio en Sevilla y el papel que jugaron Queipo y sus cómplices han sido magníficamente documentados y analizados por un historiador, Juan Ortiz Villalba, cuya lectura es obligada para cualquier interesado en estos temas. La memoria es otra cosa: apela a los sentimientos y le importa poco el relato objetivo.

Porque la historia de la Guerra Civil está sepultada por la visceralidad de la memoria, sobre todo por su manipulación partidista e interesada, es por lo que hemos asistido estos días en Sevilla a una estéril polémica sobre si a Queipo hay que sacarlo de su tumba en la Macarena. Polémica, por cierto, alimentada por el alcalde de la ciudad y por la Junta de Andalucía. ¿Cuándo vamos a enterrar de verdad a Queipo para que deje de dar vueltas por Sevilla como los moros que le mandó Franco el 18 de julio? Cuando la historia se imponga, de una vez, a la manipulación de la memoria. No parece que eso esté por llegar.

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