ADMIRADO por su maravillosa faena de cercar al narcotráfico gallego, por su lucha exitosa contra el terrorismo de ETA y también contra la guerra sucia de aquellos GAL que manejaba el personaje X, Baltasar Garzón tocó la gloria con sus manos de forma absolutamente merecida y se ganó el reconocimiento mundial cuando arrinconó a Pinochet y todo lo que representaba. Era una estrella mediática que entraba a diario en la Audiencia Nacional rodeado de la misma expectación que un torero entrando en Las Ventas. Pero la gran figura de la judicatura universal no supo medirse y cruzó la fina línea roja con que este Estado tan garantista garantiza la legalidad. Y ahora se cruzan de nuevo las dos Españas, esa lacra que arrastramos atávicamente en esta tierra de garbanzos, para enzarzarse y eso que todavía no ha sido sentenciado por lo de la memoria histórica sino por meter micrófonos en los locutorios.
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