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ARita Barberá, la alcaldesa de Valencia a la que Aznar le gastó la broma -de mal gusto- de preguntarle en la boda de Luisa Fernanda Rudi que cuándo iba a casarse ella, se le ocurrió ayer la idea de que Mariano Rajoy compareciese ante la prensa rodeado de la plana mayor del PP para dar imagen de unidad en este tiempo de turbulencias.

Así se hizo. Rajoy leyó a los periodistas las conclusiones de la reunión del comité ejecutivo nacional del PP, a saber: defensa a ultranza de la honorabilidad del partido, afirmación de que en el escándalo actual no hay ninguna trama del PP, sino actuaciones individuales de algunos militantes que serán castigadas con contundencia, ruptura oficial con el ministro de Justicia y recusación del juez Baltasar Garzón. En cuanto a la cacería, un solo adjetivo: obscena.

La cacería tiene una conversación, ciertamente. No sé si éticamente es reprochable, pero va contra la estética pública que el magistrado que está instruyendo el sumario contra la corrupción política que más afecta al PP y el ministro del que depende la Fiscalía -también resulta ser el ministro más enemigo del PP- se vayan juntos de montería. Junto a otras personas de menor relevancia, Fernández Bermejo y Garzón estuvieron cazando el pasado fin de semana en una finca del pueblo natal de este último. ¿Nos creemos que no hablaron de la palpitante actualidad del PP? Imposible. Ambos saben que la mujer del César no sólo ha de ser honrada, también tiene que parecerlo. Todavía en España, como en el universo franquista que retrató divinamente Luis García Berlanga, los triunfadores de toda laya suelen encontrarse con escopetas para cerrar negocios, amañar operaciones y urdir complicidades políticas. Pero no se disparan entre sí, por cierto, sino a los ausentes.

Dicho lo cual, haría rematadamente mal el Partido Popular en escudarse en estas connivencias del polémico magistrado y el polémico ministro o en las filtraciones del sumario o en la acción presuntamente discriminatoria -según partidos- de la Fiscalía Anticorrupción para activar un cierre de filas universal y exculpatorio. Los cierres de filas son peligrosos: siempre se cuelan algunos que no deben. Que Rajoy denuncie todo lo que le parezca denunciable, que recuse y que exija comparecencias, pero que no le tiemble la mano para cortar las cabezas precisas, así sean del alcalde de pueblo que ha trincado la comisión como del militante de conveniencia que ha montado un poder paralelo para enriquecerse consiguiendo contratos en nombre del partido.

Las dos cosas son compatibles. Es más, al PP le hace falta que lo sean. En este caso la mejor defensa no es un buen ataque, sino una buena autodepuración. Lo único creíble.

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