Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Rajoy y la cucaña

SE repitió hace algún tiempo: Rajoy más Gallardón eran la clave ganadora. Entonces, la mayoría aún se dejaba arrullar por las nanas de un Aznar que decía irse, aunque seguía de pie, ante el espejo convexo, contemplando la altura de su destino. Aquella apuesta debía madurar, porque tampoco era cuestión de romper el partido. Ahora, a pesar de la escena de familia del miércoles apuntando a los cazadores, la crisis latente se ha abierto mucho más. Lo peor de esta agonía es que va a dejar al Gobierno solo frente al colapso económico.

Si se pudiese analizar el sentimiento íntimo de la opinión nacional, probablemente veríamos que es menor la hoguera pública de Rajoy que la que le abrasa en los infiernos de su partido. Rajoy ha conseguido mantener la esperanza de una derecha civilizada y parar la estrategia insoportable de la confrontación como única práctica política. Ha intentado regenerar un partido nacido de una derecha rota, que superó, gracias a las soldaduras mediáticas, su enfermedad crónica de liderazgo, el mal que vuelve a repuntar. Ahora, a diferencia del pasado, a las familias ideológicas se unen las de intereses contables, con una facción de miserables que buscan salir rápidamente de la miseria…

Aznar se ganó la espalda de media España, cansada de la polarización que obligaba a los suyos y a los contrarios a enfrentarse en el tensado de la cuerda. Luego, llevó el juego a su propio partido, pero no para derrotar a los vividores y purificarlo de los efectos colaterales del ladrillo, sino para poner al otro lado de la maroma a Rajoy. Éste ha resistido mejor de lo esperado y, con los flotadores pinchados por los suyos, ha aplazado el naufragio y apagado los gritos de socorro que llamaban al Mesías.

No obstante, vemos a Rajoy cerca del escarnio, como aquellos mozos de Quintanilla de Onésimo, por situarnos, que se afanaban en el empeño de asirse a la cucaña engrasada y avanzar hacia la punta del mástil para, al final, terminar cayendo al Duero. Siempre había, en estos casos, un avezado responsable de embadurnar el palo con grasa y jabón, muy aplaudido por su contribución al espectáculo. Por eso no se debe confundir al "cucañista, boxeador más que guerrero", que dice Machado, del cucañero, aplicado éste en lograr las cosas a costa ajena, o sea, con esa suerte de identidad emprendedora del político venido a carterista del sistema.

Preocupa el futuro de una derecha rota, que se despedaza en público, cuando la opinión está llamando a un consenso de los grandes partidos que amortigüe algo la crisis. Dicen, en fin, que en Madrid se va a correr la última cucaña de Rajoy, y las apuestas indican, a día de hoy, que ni Gallardón podrá salvarle de las aguas del Manzanares.

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