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Y resulta que Raquel Martínez, esos ojazos, se soltó la melena, y sacó su dulcísimo acento del sur. Sus eses aspiradas, sus jotas suaves. Nos habíamos acostumbrado a escuchar a Raquel en el castellano neutro como lectora de las noticias del Canal 24 Horas en momentos intempestivos de la jornada. Daba igual. Ver el fogonazo de sus ojos equivalía a abandonar el zapping, y sumirse en su mirada infinita, ya en la madrugada o por la mañana.

Vimos a Raquel haciendo unas sustituciones en Gente, pero todavía no percibimos su cambio de acento. Ha tenido que ser Mueve tu mente, el experimento de La Primera para la noche de los lunes, el desencadenante del milagro. ¿Por qué la televisión nos suele privar del maravilloso patrimonio que suponen los acentos de nuestro castellano? ¿Por qué de la misma manera que se potencian y se miman las otras lenguas del estado, tratan de silenciarse y neutralizarse los otros sonidos del castellano? Sólo los latinoamericanos parecen tener bula. Y si acaso, los canarios, por aquello de que están en las islas. Pero en cuanto alguien que pretende ejercer de comunicador en la península se coloca delante de la cámara, parece que obligatoriamente tiene que dejar su deje colgado en la puerta del estudio. Y disimular que habla como se habla en Cádiz, en Granada, en Murcia, en Badajoz, en Almería. Este hábito está tan extendido que casi nos hemos inmunizado ante el disparate.

Y si ya habría mucho que discutir sobre si en los territorios de la ficción es pertinente practicar tan a rajatabla este acuerdo tácito, donde no se comprende que se cumpla como se cumple es en el de los informativos y los magacines. De ahí que dé tanta alegría escuchar a Raquel hablando como hablará con sus compañeros cuando comparta con ellos tertulia en la máquina del café.

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