La tribuna económica

Gumersindo / Ruiz

Razones de una huelga

A comienzos del verano, Juan Jiménez Aguilar, que durante muchos años llevó con éxito y, en palabras de la Rectora, sosegado entusiasmo la secretaría general de la Confederación Española de Asociaciones Empresariales (CEOE), fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Málaga. En su discurso, los sindicatos ocuparon un papel principal, aplicando las palabras concordia, consenso, generosidad, altura de miras, a una cultura de concertación frente a otra de posible confrontación. Los sindicatos tienen para él un papel impulsor del proyecto empresarial, exigiendo mejores condiciones laborales y retributivas, pero también reduciendo el absentismo, estimulando la formación efectiva, y comprometiéndose con la labor de la empresa.

La economía y sociedad españolas se han transformado de forma radical en un tiempo relativamente corto, pasando de la emigración a la inmigración, de la autarquía a la internacionalización; la enseñanza y la sanidad se han universalizado, y se resume en un aumento de la renta por habitante que, pese a las diferencias de distribución, da conciencia de bienestar. Por eso la situación actual es tan tensa, porque se percibe un retroceso en las condiciones de vida y laborales que se disfrutaban. En este contexto, los sindicatos se oponen a medidas para reformar el mercado laboral y otras que toma el Gobierno ante la exigencia de los mercados financieros, los bancos centrales, la UE, que entienden que España irá así por un camino de austeridad necesaria y mejorará el funcionamiento de su mercado de trabajo. No comparto estas ideas, pero son un dato para tomar decisiones, están ahí, y no pueden desconocerse.

Los sindicatos están obligados a una manifestación de poder porque la lógica económica de la productividad, el crecimiento, los salarios y el empleo no se agota en sí misma, y los salarios y retribuciones dependen en buena medida de la fuerza de quién los negocia. La productividad que aporta un trabajador o un directivo al proceso no puede aislarse, y determinar una retribución equitativa. Como ha puesto de evidencia la crisis, objetivos e incentivos pueden llevar a conductas no deseadas y comportamientos dañinos para la economía. En España, especialmente, los bajos sueldos se daban ya en la época de fuerte crecimiento, y responden a una economía muy especulativa donde la productividad de la empresa es volátil en un nivel bajo, y no se valora ni se utiliza adecuadamente el conocimiento. De la misma manera, se ha creado y destruido empleo de forma muy rápida, lo que desconcierta a los sindicatos y al Gobierno, y pone en cuestión nuestra forma de producir y crecer.

Juan Jiménez Aguilar terminaba su discurso con elogios a los sindicatos, y concluía que ahora era el momento en España de las instituciones civiles, porque el Estado como tal no crea empleo, y las medidas que tome van a tener un efecto incierto. Quizás lo ideal sería que el Estado se limitara a establecer unas bases para la negociación laboral, con unos derechos y obligaciones mínimas para parte y parte, y que ellas fijaran sus acuerdos concretos. En esto, con seguridad, la experiencia y razón práctica de Jiménez Aguilar son más acertadas que la razón pura del voluntarismo político.

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