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La ciudad y los días

Carlos Colón

Razones para matar

SIEMPRE se han esgrimido razones para matar. Y de altísimo valor, como si la supresión de la vida humana estuviera justificada por un bien superior a ella misma. ¿Hay bienes superiores a la vida humana? Cada época ha encontrado los suyos: la patria, la religión, la paz social, la libertad, la justicia… Se quemaba a los herejes para preservar la pureza de la fe; los cristianos mataban a los moros por infieles, los moros mataban a los cristianos por la misma razón y los cristianos se mataban entre sí reprochándose infidelidad al Evangelio; se cortaba la cabeza a reyes, aristócratas y hasta a monjas de clausura para instaurar la libertad, la igualdad y la fraternidad; el rey Leopoldo de Bélgica mató unos diez millones de congoleños para llevar la civilización a África; se fusilaba a la familia imperial rusa, incluidos los niños, para garantizar la marcha imparable de la revolución y, cogido gusto a la cosa, se siguió matando a todo opositor real o inventado para después matarse los revolucionarios entre sí; se mató a seis millones de judíos para liberar a la humanidad de la amenaza de una raza degenerada. Siempre se han esgrimido razones para matar. Es raro que se reconociera que se hacía por avidez de poder, apetencia de riquezas o placer sádico.

También hoy, en los países que presumen de haber abolido la pena de muerte, se esgrimen razones para matar. Razones que, no sólo nada tienen que ver -aparentemente- con el poder, el dinero o el placer, sino que representan los más altos valores democráticos y humanitarios. Se mata (o se elimina, si se prefiere decirlo así) a los fetos para preservar la libertad y calidad de vida de sus madres (porque es evidente que no sólo se hace para preservar su vida, liberar al feto de una vida atormentada por graves taras o evitar el trauma de alumbrar el fruto de una violación). Se mata, también, por compasión. Y no me refiero a la lucha contra el encarnizamiento clínico o eutanasia pasiva, sino a esa ejecución de un ser humano a petición propia que se ha dado en llamar suicidio asistido.

Una cadena inglesa de televisión debió emitir anoche, en horario de máxima audiencia por supuesto, la ejecución voluntaria o suicidio asistido de un profesor afectado por una irreversible enfermedad neuronal en la clínica Dignitas, de Zúrich, especializada en esta asistencia a cambio de 4.500 dólares. El proceso, que incluye la despedida de su esposa, la ingesta del veneno, la agonía y la muerte, fue íntegramente grabado por el multipremiado documentalista John Zaritsky. Anoche, con su emisión, todos dimos un paso más hacia la degradación.

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